Hace tan sólo unos días que Philip Morris y Altria se disparaban en bolsa al calor de los rumores sobre una posible fusión de los dos gigantes del tabaco. La operación sería la respuesta directa de las tabaqueras a la caída de las ventas de un 4,5% que se está produciendo en el mercado del tabaco tradicional y la necesidad de reenfocarse y concentrar esfuerzos en los nuevos productos del tabaco, los cigarrillos electrónicos (en los que Altria es líder a través de su participación en Juul) y los nuevos dispositivos sin combustión tipo iQos (en manos de Philip Morris), cuyas ventas, en paralelo a la caída del tabaco tradicional, crecen al 8%.
El plan podría, con todo, atragantársele a las tabaqueras antes de llegar siquiera a culminarlo. Y es que, coincidiendo casi en el tiempo con los tambores de fusión, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos anunciaron que habían comenzado una amplia investigación sobre la posible relación entre el uso de los cigarrillos electrónicos y la aparición de enfermedades pulmonares graves y desconocidas.
En tan sólo mes y medio, los CDC estadounidenses han recibido 94 casos de enfermedad pulmonar grave y desconocida en vapeadores, fundamentalmente adolescentes y adultos jóvenes. La noticia desató un aluvión de declaraciones del sector médico explicando que, efectivamente, el uso de los nuevos e-cigarrillos se está generalizando sin conocer realmente sus efectos a largo plazo.
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Y es que no fue hasta 2013 cuando los cigarrillos electrónicos irrumpieron con fuerza en el mercado mundial, lo que ha impedido tener todavía una visión de su efecto a largo plazo en la salud. Desde entonces se está viviendo una desconcertante guerra de estudios, metodológicamente más o menos solventes, sobre su utilidad o no para dejar de fumar tabaco convencional y, por otro lado, sobre los riesgos para la salud que podrían entrañar incluso cuando se vapea sin nicotina.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), reconocía este verano que hacen falta más estudios sobre los efectos y advertía que tampoco hay evidencia clara de que sirvan para dejar de fumar.
El desconcierto es tal que algunos países como Reino Unido están promoviendo su uso para ayudar a dejar de fumar, mientras que en otros países se han cerrado filas rotundamente, en la compresión de que vuelven a normalizar el tabaco, ayudan a los jóvenes a engancharse, no evitan el consumo dual de e-cigarrillos con el tabaco tradicional y tienen riesgos desconocidos sobre la salud.
Pese a la incertidumbre internacional, en el caso de España, la posición de las sociedades científicas es firme. Hace precisamente ahora un año que se firmó la llamada Declaración de Madrid, a instancias del Comité Nacional para la Prevención del tabaquismo (CNPT), ratificada por 60 sociedades, en la que se insta a equiparar los nuevos dispositivos a todos los efectos al tabaco tradicional, tanto en lo que se refiere a los puntos de venta o lugares de consumo como a su publicidad.
Vacíos legales en publicidad
El presidente de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (Separ), Carlos Jiménez, explica sin embargo que para conseguir eso “España necesita modificar todavía algunas cuestiones legales para evitar que, tal y como ha sucedido en los últimos meses algunos resquicios legales estén permitiendo hacer publicidad masiva de los nuevos dispositivos, que se están anunciando rodeados de un halo de diseño y moda”, como ocurrió en su momento con el tabaco. “Hemos planteado ya esta cuestión al Ministerio de Sanidad -continúa Jiménez- que nos ha reconocido que está muy preocupado y se ha mostrado sensible al cambio legal”.
Y es que, según Jiménez, “hay que evitar que se normalice su uso”, y en eso podría estar perdiéndose ya la batalla en España: el 21% de los jóvenes de 14 a 18 años ya los ha probado e incluso entre quienes no los han utilizado nunca sólo un 36% dice ver riesgo en su uso. El presidente de Separ explica que el vapor inhalado por estos dispositivo no es inocuo como se ha intentado trasladar y parece haber calado en la opinión pública: contiene formaldehido, acetaldehído, acroleína y diversos metales pesados y aunque puedan encontrarse estas sustancias en cantidades más bajas que en el tabaco convencional, el vapor no es inocuo ni para quienes lo inhalan ni para quienes están a su alrededor.
Mientras llega la evidencia sobre sus efectos a largo plazo, Jiménez apela a tomar medidas para evitar la generalización de su uso y, con ello, lo que ocurrió con el tabaco tradicional.Y es que, incluso con la evidencia ya sobre la mesa a mediados de los años 50, las primeras restricciones del tabaco en España no llegaron hasta los 80, cuando ya más de la mitad de la población fumaba.
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