La semana pasada se presentaron en el Congreso de la Sociedad Española de Diabetes (SED), en Sevilla, datos sobre inercia clínica en diabetes tipo 2 recogidos en el estudio retrospectivo Paciente 8.30, de Lilly. En ese trabajo se han revisado las historias clínicas de 2.709 pacientes con diabetes tipo 2 mal controlada (HbA1c≥8%), mayores de 30 años con obesidad y en tratamiento con dos o más antidiabéticos orales (paciente 8:30), y se ha evaluado la inercia clínica a lo largo de al menos 4 años de seguimiento. Según informó Lilly, la inercia terapéutica afecta al 60 por ciento de los pacientes al año de seguimiento. Este problema puede deberse “al desconocimiento de los profesionales de las guías de práctica clínica o a la falta de tiempo en las consultas, que hace que el profesional aborde las patologías urgentes y demore el control de las patologías crónicas”, explicó Flora López Simarro, del Centro de Atención Primaria de Martorell, en Barcelona, y coautora del estudio.
Ese trabajo devuelve a la actualidad un fenómeno descrito también en la hipertensión arterial y la dislipemia y de importante impacto en los resultados de salud y en la calidad asistencial, pero, en general, poco estudiado y poco debatido en nuestro país; la primera referencia a la inercia clínica corresponde a Phillips LS, Branch WT, Cook CB, Doyle JP y otros coautores del artículo What is Clinical Inertia?, publicado en 2001 en Annals of Internal Medicine (Ann Inter Med 2001;135:825-834).
En ella influyen también los pacientes – dijo López Simarro que “con frecuencia rechazan la intensificación de los tratamientos por no querer aumentar el número de fármacos o cambiar los medicamentos que toman”-. Y los médicos pueden argumentar, a su favor, que hay que tener en cuenta el juicio clínico, la personalización del tratamiento y/o la prudencia.
Pero el problema de la inercia, que se aplica a la consecución de los objetivos de tratamiento de las guías de práctica clínica bien establecidas, sigue ahí, enquistado. Es evidente que habría que estudiarla mejor, también sus causas, en todas aquellas patologías en las que se sospeche que está dificultando el resultado terapéutico óptimo tanto en pacientes individuales como en colectivos de enfermos. Y luego, buscar, acordar y aplicar con rigor soluciones eficaces sobre los propios pacientes (información), los médicos (formación continuada, sistemas de alerta de pacientes mal controlados en las historias clínicas digitales,…) y los centros y el propio sistema (evaluación continua de resultados en salud y ejecución de programas de calidad que incluyan también la lucha contra prácticas de dudosa efectividad). Todo menos esperar a que en otro congreso vuelvan a sacarla del cajón.
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