La Gioconda o Mona Lisa, el retrato de Lisa Gherardini, la obra más famosa de Leonardo da Vinci, ha suscitado desde hace cinco siglos numerosas interpretaciones clínicas. Científicos y médicos han estudiado la decoloración de su piel, el grosor de su cuello y su enigmática sonrisa para formular hipótesis sobre su salud.
La teoría más reciente afirma que sufría de hipotiroidismo. La formuló en septiembre pasado en la revista Mayo Clinic Proceedings el cardiólogo Mandeep R. Mehra, director médico del Centro Cardiológico del Hospital Brigham and Women’s de Boston, quien cita su piel amarilla, el aspecto agrandado de su glándula tiroides y la falta de cejas como síntomas para apoyar su teoría. También escribe que su misteriosa sonrisa puede representar un indicio de retraso psicomotor y debilidad muscular. “En muchos sentidos, es el encanto de las imperfecciones de la enfermedad lo que le da a esta obra maestra su misterioso atractivo”.
En 2004, reumatólogos y endocrinólogos sugirieron que las lesiones cutáneas y la hinchazón de las manos que se observan en el retrato indicarían un trastorno lipídico e insuficiencia coronaria. La hiperlipidemia familiar y la ateroesclerosis prematura podrían haber causado la muerte de Lisa. También propusieron que la famosa sonrisa de Mona Lisa pudo haber sido el resultado de la parálisis de Bell.
Mehra responde que si hubiera padecido una enfermedad cardíaca y un trastorno lipídico es poco probable que en la Italia del siglo XVI hubiera vivido hasta los 63 años. El cabello delgado, la piel amarilla y el posible bocio revelarían ese hipotiroidismo. La dieta del Renacimiento carecía de yodo, y los bocios resultantes se representaban con frecuencia en pinturas y esculturas de la época. Mehra añade que la Señora (Mona) Lisa dio a luz poco antes de posar para el retrato, lo que apunta a una posible tiroiditis periparto.
Cuando Michael Yafi, endocrinólogo pediátrico del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Texas en Houston, leyó esa nueva hipótesis, sintió una punzada de escepticismo: “A mi juicio, Lisa era eutiroidea”, escribe en el último número de Hormones-International Journal of Endocrinology and Metabolism. Explica que los trastornos tiroideos son bien conocidos en la historia del arte, y esta pintura no coincide con las numerosas representaciones de bocios. “Las esculturas de las antiguas civilizaciones andina y egipcia registraron bocios endémicos en áreas con deficiencia de yodo, como la región de la Toscana donde vivía Gherardini. El arte griego también representa este síntoma, al igual que varias obras poéticas e incluso la literatura shakesperiana. Si Gherardini tuviera un bocio por deficiencia de yodo, habría quedado más claramente reflejado en su retrato; un pintor como Da Vinci no habría tenido ningún problema en expresarlo”.
Yafi también señala que muchas de las pinturas de Da Vinci representan mujeres sin cejas, por lo que no es concluyente atribuir esa característica al hipotiroidismo, y el color amarillo de la piel solo se desarrolla después de una enfermedad prolongada. Por otro lado, el hipotiroidismo a largo plazo habría afectado gravemente a su fertilidad, pero se sabe que Gherardini dio a luz a cinco hijos, uno de ellos poco antes del retrato. “La decoloración podría simplemente atribuirse a la antigüedad del cuadro, así como al barniz aplicado por el artista. Además, la pintura fue robada en 1911 y luego escondida durante casi tres años, y en 1956 alguien roció con ácido su parte inferior”.
En cuanto a su enigmática sonrisa y la propuesta de que estaría causada por la debilidad muscular, Yafi piensa que “hacer un diagnóstico de hipotiroidismo sobre la base de rasgos sutiles y vagos en una pintura antigua es arriesgado. La miopatía hipotiroidea se manifiesta en los músculos que están más cerca de la línea media del cuerpo. Por su gravedad, habría impedido que Gherardini posara con la espalda recta. Hay, además, muchas personas que lucen sonrisa asimétrica y no necesariamente son hipotiroideas”. Yafi, que disfruta estudiando la intersección entre el arte y la medicina y que acaba de publicar en Hektoen International un diagnóstico sobre El grito de Edward Munch, razona que “la obra de arte o la persona en la obra de arte puede necesitar una segunda opinión, o incluso una tercera o una cuarta, según avanzan los descubrimientos médicos. Siempre es mejor mantener la mente abierta”.
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