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Epidemiología basada en las cloacas

Surgida a comienzos de siglo para analizar el consumo de drogas, la epidemiología basada en aguas residuales (EBAR) aspira a objetivos más ambiciosos, como establecer la exposición a otros agentes (pesticidas, productos de cuidado personal, contaminantes orgánicos y patógenos), la incidencia de enfermedades específicas (diabetes, alergias, estrés oxidativo y cáncer) y las consecuencias en la salud de factores ambientales o de estilo de vida (cosméticos, sustancias dopantes o productos para la disfunción eréctil).

Es la hoja de ruta que dibujaba el pasado mes de junio en Current Opinion in Environmental Science & Health el equipo de Yolanda Picó y María Lorenzo, del grupo de Investigación en Seguridad Alimentaria y Medioambiental de la Universidad de Valencia. “La EBAR necesita fortalecerse para ayudar a los epidemiólogos y las autoridades sanitarias a evaluar las huellas digitales de las actividades humanas en las aguas residuales”. Desde finales de 2017, nuestro país cuenta con una Red Española de Análisis de Aguas Residuales con Fines Epidemiológicos (ESAR-Net) compuesta por seis grupos de varias universidades, y en Europa destaca la actividad de la red Score (Sewage analysis CORe group-Europe) enmarcada en el Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías.

Aparte de servir a espías de ficción y no ficción para husmear en vidas ajenas y reconstruir informes triturados, el análisis de residuos y basuras puede revelar intimidades, gustos y hábitos sanos e insanos de la población. Un estudio publicado este mes en Proceedings of the National Academy of Sciences por un equipo de la Alianza de Salud Ambiental de Queensland, en Australia, ha comprobado en aguas residuales cómo los diferentes niveles de ingresos en diferentes comunidades se vinculan a distintos hábitos de consumo de alimentos y fármacos.

Así, las aguas residuales de las zonas más ricas y educadas mostraron niveles más altos de vitaminas, cafeína, cítricos y fibra, mientras que los desechos de los barrios más pobres y con menor nivel educativo mostraron niveles más altos de analgésicos y antidepresivos. “Nuestros resultados indican que la epidemiología basada en aguas residuales se puede usar para identificar patrones sociodemográficos o disparidades asociados con el consumo de productos químicos o alimentos específicos”, escribe Phil Choi.

Residuos y clase social

Al examinar muestras de 22 plantas de tratamiento de agua en seis estados australianos durante siete días consecutivos de 2016, y luego comparar los resultados con 40 factores socioeconómicos del censo nacional de Australia (como el precio del alquiler y el nivel de educación), el equipo de Choi sacó un puñado de correlaciones observadas en la orina y las heces de los residentes, entre ellas el uso de fármacos según el estrato social: en las zonas menos favorecidas había niveles más altos del opioide tramadol, del analgésico pregabalina, de los antidepresivos desvenlafaxina y mirtazapina y del antihipertensivo atenolol. Los residuos de las zonas más ricas presentaban niveles más altos de betaína, un componente de los cítricos, así como de los lignanos enterodiol y enterolactona, que revelan consumo de verduras. En las áreas con una renta elevada, más de 470 dólares por semana, se hallaron niveles más altos de vitaminas B3, E y B6, muy escasos en las otras.

Otro estudio de aguas residuales de siete países europeos, entre ellos España, publicado en marzo de este año en Science Advances y centrado en los genes de resistencia a los antibióticos, concluyó que los países del sur de Europa (España, Portugal y Chipre, con Irlanda) usan más antibióticos que los del norte (Finlandia, Noruega y Alemania). Con todo, observaron que los tratamientos aplicados a las aguas residuales son bastante efectivos en remover las bacterias resistentes. Y en septiembre de 2017, la revista Water Research publicó otra biomonitorización sobre la exposición humana a los pesticidas en ocho ciudades europeas (Castellón representaba a España). Las cargas ponderadas de biomarcadores específicos indicaron una mayor exposición en Castellón, Milán, Copenhague y Bristol para los insecticidas piretroides, y en Castellón, Bristol y Zúrich para los organofosforados; las cargas más bajas se encontraron en Utrecht y Oslo.

Los resultados coincidían con varias estadísticas nacionales relacionadas con la exposición a pesticidas. La ingesta diaria de piretroides excedía el nivel aceptable en solo una ciudad: Castellón.
Algunos críticos sugieren que estos estudios pueden ser una forma de recopilar datos sobre personas sin su consentimiento y hasta les acusan de ser una nueva forma de vigilancia masiva. Sin embargo, al margen de las preocupaciones algo exageradas sobre privacidad, la EBAR puede proporcionar algunos resultados epidemiológicos interesantes. Por ejemplo, un estudio aparecido en junio en la revista Addiction utilizó datos de aguas residuales para mostrar que el mercado legal de marihuana del estado de Washington había empezado a socavar el mercado negro de esta droga. De momento, tales análisis no están haciendo más que confirmar investigaciones un tanto obvias (las personas más ricas comen mejor y tienen menos problemas de salud), pero podría proporcionar pistas interesantes sobre higiene, tóxicos, estilos de vida y salud pública en general.

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