En la clausura de la ceremonia de entrega de los premios Fundación Lilly de Investigación Biomédica, hace unos días, tras escuchar las explicaciones de la bióloga Pura Muñoz-Cánoves sobre sus esfuerzos para entender e intentar frenar el envejecimiento, el bioquímico Mariano Barbacid, nacido en 1949, empezó con una divertida e irónica petición: “¡Date prisa, Pura, con tus investigaciones!”.
Fue una broma simpática de un buen conocedor de los mecanismos investigadores que encierra esa pizca de desesperación, más o menos angustiosa, ante la vida que declina, y la esperanza que despiertan a diario tantas investigaciones que prometen curar tal enfermedad, aplazar el deterioro o prolongar la vida.
Entre los espejismos que difunden los medios de comunicación, el más frecuente se relaciona con la salud: experimentos en ratones o en células que muestran atisbos de mayor supervivencia contra un tumor o eficacia inusitada contra una bacteria resistente. En su mayor parte son flor de un día, de la que nunca más se vuelve a tener noticias, bien porque en ensayos posteriores resulta un fiasco, porque se agota la financiación o porque el posdoctorando responsable se muda a otro laboratorio y cambia de objetivo.
Se estima que de las moléculas que se estudian en los laboratorios, solo alrededor de un 10% aprueban la fase inicial, y de ellas apenas un puñado continúan la carrera terapéutica. Hay una enorme brecha espacio-temporal entre un descubrimiento científico y el desarrollo exitoso de un medicamento. Se tardó por ejemplo un cuarto de siglo en traducir el descubrimiento, ganador del Premio Nobel, de los anticuerpos monoclonales en productos para el tratamiento del cáncer, infecciones, enfermedades neurológicas y cardiovasculares. Lo mismo pasó con el hallazgo de las tirosina-cinasas, un mecanismo de control celular crítico que se convirtió en productos para tratar el cáncer y los trastornos inmunitarios.
¿Es por eso oportuno informar en medios generales de investigaciones de laboratorio que rara vez se traducirán en productos curativos y sin embargo despertarán unas expectativas sociales irreales? ¿No deberían quedar circunscritas a las revistas especializadas?
Por curiosidad y responsabilidad social, es bueno detallar cómo se gastan los científicos el dinero de los contribuyentes, pero mientras no haya una adecuada formación entre la población, las promesas prematuras a largo plazo resultan contraproducentes y terminan por socavar la confianza en los investigadores.
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