Hay factores de los que no se puede huir, como la predisposición genética, la herencia familiar o incluso la mala suerte. De otros sí, pero estos factores de riesgo modificables continúan de moda entre la población española y mundial, con el consiguiente perjuicio para la salud. Con el afán de educar a la población, la United European Gastroenterology (UEG) publicó en mayo el informe Nutrition and Chronic Digestive Diseases para pedir a los países europeos que frenen el aumento en la prevalencia e incidencia de obesidad y sobrepeso, así como su impacto en los sistemas de salud, y las morbilidades asociadas. Según el informe, una mala elección nutricional, incluyendo un alto consumo de ultraprocesados y de grasas trans, ha contribuido a elevar el riesgo de patologías digestivas crónicas, tumores digestivos, trastornos gastrointestinales y obesidad.
Según la última Encuesta Nacional de Salud (2017), la prevalencia de la obesidad llega al 17,54% y la del sobrepeso al 37%, mientras que en los niños la situación no mejora y, según el estudio Pasos, de la Fundación Gasol, el 14,2% presentan obesidad y el 20,7% sobrepeso. Iniciativas como la catalana para gravar con impuestos los refrescos se han visto frenadas este año por los tribunales.
Sin embargo, parece que no son las ciudades obesogénicas las únicas responsables del cambio. Un estudio en Nature que ha analizado las tendencias globales del IMC -con datos de 112 millones de personas de 200 países durante 30 años-, dirigido por el Imperial College de Londres y con participación del CiberESP, apuntaba en mayo que las tasas de obesidad han aumentado más rápidamente en zonas rurales que en ciudades.
El informe de la UEG señala a los ultraprocesados como responsables de más de la mitad de la ingesta calórica europea, mientras que un estudio español dirigido por Miguel A. Martínez-González, publicado en mayo en The British Medical Journal, con 20.000 voluntarios de la cohorte Seguimiento Universidad de Navarra (SUN), añade que más de cuatro porciones diarias se asocian con un 62% de aumento del riesgo de mortalidad por todas las causas.
Aire sucio
Junto a todo eso, en España se sigue fumando -causa 50.000 muertes prematuras cada año-, se duerme menos de lo debido, se dedica demasiado tiempo a las pantallas y el sedentarismo afecta por igual a mayores y pequeños. Por si no fuera suficiente, el aire que se respira también supone un riesgo: un análisis en European Heart Journal de marzo cifró en 2019 las muertes achacables en Europa a la contaminación en 800.000 almas. Una preocupación que ha llevado a la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria a advertir de que el efecto de la contaminación en niños “es mucho mayor que en adultos”.
Así la exposición a partículas finas PM 2,5 desde el embarazo y en los primeros años de vida se asocia con un menor desarrollo en las habilidades cognitivas fundamentales, según un estudio del IsGlobal, centro impulsado por La Caixa, en Environmental Health Perspectives. Otro estudio del mismo centro añadía este año que la exposición prenatal a la contaminación, incluso a niveles aceptados por la UE, se asocia con cambios en el cerebro infantil, concretamente en el cuerpo calloso. Además, los estudios epidemiológicos señalan que el 35% de los casos de Alzheimer podrían relacionarse con diabetes, HTA, obesidad, tabaquismo, sedentarismo, depresión, inactividad cognitiva, hipoacusia y aislamiento social.
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