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Anuario 2019: Malabarismos científicos en el límite de lo posible

El año científico arrancó a lo grande con la presentación a finales de enero en Shanghai de cinco monos clonados de un macaco genéticamente modificado con trastorno del ritmo circadiano a cargo de un equipo del Instituto de Neurociencia de la Academia de Ciencias de China. Utilizaron la edición genética con CRISPR/Cas9 para desactivar un gen (BMAL1) crucial para el ciclo de sueño-vigilia. Los monos clonados se mueven más por la noche, duermen menos y muestran síntomas relacionados con la psicosis, como el miedo y la ansiedad, cuando se colocan en entornos desconocidos.

Dos meses más tarde, otro equipo del Instituto de Zoología Kunming, la Academia de Ciencias de China y la Universidad de Carolina del Norte, informaba en National Science Review de la inserción de un gen humano en embriones de monos rhesus que mostraron un desarrollo cerebral parecido al humano. El gen, la microcefalina o MCPH1, se expresa durante la etapa fetal del desarrollo y está relacionado con el tamaño del cerebro. Algunos científicos cuestionaron la ética de estos primates transgénicos, “un camino muy arriesgado”, dijo James Sikela, de la Universidad de Colorado.

En esta línea vanguardista y algo frankensteiniana, en julio se informaba de que Hiromitsu Nakauchi, que dirige equipos en las universidades de Tokio y de Stanford, recibía la aprobación del Gobierno nipón para crear embriones de ratón y rata con células humanas y que se desarrollen en animales gestantes. El objetivo final de Nakauchi es producir animales con órganos hechos de células humanas que eventualmente puedan ser trasplantados a personas. Embriones híbridos humano-animales ya se han generado en Estados Unidos, pero nunca llegaron a término. Nakauchi ha matizado que irá despacio con sus experimentos hasta desarrollar embriones híbridos de 70 días en cerdos.

Hasta veinte días

Los que sí consiguieron cultivar embriones de mono in vitro durante 20 días fueron dos equipos chinos, en uno de los cuales participaba el español Juan Carlos Izpisúa, del Instituto Salk, en California. Según se informaba en octubre en Science, el equipo de Izpisúa consiguió que sobrevivieran durante ese tiempo 46 de 200 embriones de mono. Los autores del otro ensayo, dirigido por Li Lei, del Instituto de Zoología de la Academia de Ciencias de China, en Pekín, lograron tres embriones. El avance incluye el proceso de gastrulación, es decir, cuando comienzan a emerger los tipos celulares básicos que dan lugar a diferentes órganos y tejidos, alrededor del día 14, una de las fronteras del desarrollo embrionario que estuvo a punto de traspasar en 2016 Magdalena Zernicka-Goetz, del Instituto Tecnológico de California, si la normativa legal no se lo hubiera impedido. A partir del día 20, fase en la que los embriones empezaron a colapsarse en esos ensayos, quizá por un medio de cultivo no apropiado, entra en juego el sistema nervioso primitivo. Aunque se hayan efectuado en macacos, y haya diferencias notables en el desarrollo de monos y humanos, han reavivado el debate sobre cuánto tiempo se debe permitir que los embriones humanos se desarrollen fuera del útero.

En otro alarde de laboratorio, y desafiando a la muerte cerebral, investigadores de la Universidad de Yale en New Haven revivieron los cerebros sin cuerpo de varios cerdos cuatro horas después de que fueran sacrificados. Aunque no lograron restaurar la conciencia, plantean preguntas inquietantes sobre la muerte cerebral, la reanimación y los trasplantes. Según publicaron en abril en Nature, conectaron las cabezas a un sistema que bombeaba un sustituto de la sangre. La técnica restauró algunas funciones, como la capacidad de las células para producir energía y eliminar desechos, y ayudó a mantener las estructuras internas de los cerebros.

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