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Pseudociencia, el lado oscuro: 6 razones por las que los listados no me gustan

Donde caben dos, caben tres. El ser humano tiene querencia por las enumeraciones. Desde las siete tribus de Israel o los doce signos del zodíaco, pasando por los modernos titulares como el que abre este artículo, nos gusta tener un conjunto acotado y manejable de ítems de lo que sea, a ser posible cuyo número sea, además, bonito (5, 6, 12, 13, 50, 99, 100, 101…).

139 son las “terapias y técnicas no convencionales” que el documento de análisis del Ministerio de Sanidad recopilaba en 2011, advirtiendo en general de la falta de fiabilidad de las propuestas, pero sin mojarse en señalar que, de terapéutico, la gran mayoría no tenía más que la pretensión.

Estamos en una etapa muy interesante de la lucha contra las pseudoterapias. El Plan Ministerial que se ha lanzado para poner coto al tema ha recogido esas 139 propuestas (no necesariamente pseudoterapéuticas), y está llevando adelante la tarea de cribar cuánto de pertinente hay en su catalogación como terapia. De ellas, 73 no han conseguido ya pasar el listón básico de que exista al menos alguna revisión sistemática, metaanálisis o siquiera ensayo clínico que se hubiera molestado en intentar dilucidar el asunto (independientemente de las conclusiones obtenidas).

Esta tarea de catalogación no es, ni mucho menos, la primera vez que se hace. Iniciativas más o menos recientes como la lista de pseudoterapias de Apetp, la página de infopseudociencia.es de la Universidad Pompeu Fabra o el Observatorio de la OMC contra pseudociencias, pseudoterapias, intrusismo y sectas sanitarias, ya presentaban varios listados, a sumar a los otros muchos que podíamos encontrar en lugares dedicados a este problema como el blog “¿Qué mal puede hacer?” (o What’s the harm? en su iniciativa original inglesa) y multitud de páginas de estilo Wikipedia.

Como reza el chiste, hay una mala y una buena noticia. La mala noticia es que ninguno de esos listados va a abarcar jamás un problema tan extenso y dinámico. Por un lado, cualquier propuesta legítima se puede convertir en pseudociencia simplemente ofertándola para dolencias para las que no haya probado su validez. Por otro, cada día que pasa se generan nuevos delirios, ocurrencias y refritos de propuestas anteriores. Basta con añadir “bio”, “neuro” o “cuántica” a las existentes de cualquiera de dichos listados para virtualmente multiplicar por ocho el número de ofertas absurdas “nuevas” que proponer.

El propio listado de 2011 dejaba fuera varias propuestas. Algunas de ellas ya tenían por aquel entonces suficiente pompa y boato como para ser incluidas, como las que ya conocéis de mis artículos anteriores: la Nueva Medicina Germánica y sus derivadas. Pero tampoco recogía (quizá por ser tristemente “convencionales”) vacas sagradas pseudoterapéuticas como el psicoanálisis (aunque sí recogía otras demasiado convencionales en ese sentido, como la osteopatía o la homeopatía).

No sé muy bien con qué minuciosidad se llevará a cabo el repaso de las que sí tienen literatura detrás (no necesariamente como respaldo). Desconozco si el equipo de Redets que lo analizará está al tanto de los muchos trucos de mala ciencia que se esconden tras varias de las propuestas, o si llegarán al punto de analizar si una propuesta que aparentemente tiene efectos clínicos positivos medibles es una pseudociencia o no, a pesar de no poderse tildar en rigor de pseudoterapia.

Ejemplos prácticos para medir trucos de pseudociencia

Quizá este último párrafo pueda marear a alguien, así que me explico con un ejemplo. Imaginen que mañana me invento la Analgesia Dirigida por Movimientos Oculares consistente en que puedo quitarle el dolor de cabeza a alguien dándole al paciente una aspirina y pidiéndole que siga con los ojos un puntero, una varita o un dedo que moveré de un lado a otro durante un rato, o tocándole puntos distintos del cuerpo con la excusa de “estimular la bilateralidad cerebral donde se ha codificado el dolor”. Cualquier ensayo clínico comparado contra placebo (aleatorizado y con metaanálisis y todo lo que se quiera) va a aportar resultados positivos a mi ocurrencia: el dolor de cabeza del paciente tenderá a remitir con mi propuesta de forma significativamente superior al placebo. Evidentemente, un ensayo comparado contra un analgésico cualquiera no aportará resultados significativamente distintos (quizá incluso mi método mejore un poco al incrementarse el efecto placebo por el ritual).

Pues bien, exactamente esto ocurre con el denominado “EMDR” (de Eye Movement Desensitization Reprocessing), una propuesta terapéutica (por supuesto, registrada y con sus institutos de formación) usualmente ofertada para casos de estrés postraumático consistente en hacer mover los ojos al individuo (o darle toquecitos por el cuerpo) mientras se le somete a una reexposición psicológica clásica de su problema. Incluso sus defensores han tenido que claudicar en que los movimientos de ojos tengan nada que ver en el asunto que le da nombre a la propuesta, dejándolo en una mucho más ambigua “estimulación de la bilateralidad cerebral para facilitar el volcado de recuerdos de la zona donde se hubiera salvaguardado el recuerdo traumático”. Los ensayos indican que, funcionar, funciona (por la reexposición al trauma del tratamiento clásico, luego en rigor no debería clasificarse como pseudoterapia), pero sus bases científicas dejan mucho que desear, consistiendo claramente en una pseudociencia. Consultado a un reputado neurólogo sobre el tema, la respuesta fue que “generan tonterías más rápidamente de lo que a nosotros nos da tiempo de refutar”, en otro caso claro de aplicación del Principio de Asimetría de Brandolini.

Y esta es, supongo, la buena noticia: un listado atrae la atención de la gente (y, sobre todo, de los medios). Como mínimo, alerta de que no todo el monte es orégano, Pero además, si se procesa bien, puede ayudar a que la gente entienda de veras cuál es el problema subyacente a tal o cual propuesta, con sus necesarios matices. Por ejemplo, que cualquier propuesta que lleve el apellido “cuántico” se puede tirar a la basura sin mayor miramiento, pero que otras propuestas pueden tener un ámbito de aplicación legítimo pero estar ofertándose para dolencias para las que no ha hecho los deberes, o ser absolutamente recomendables para tener una vida saludable o como coadvyuvante de tratamientos efectivos pero no para curar ninguna enfermedad per se. De ahí, la sociedad puede establecer patrones, digamos, “filogenéticos” que les permita, como a los modernos antivirus, extraer heurísticas del comportamiento y lenguaje de las pseudoterapias.

El EMDR ni siquiera está en el listado de 2011, aunque debiera, dejándonos la duda de cómo se implementarán, si se hace, el análisis de estas otras muchas pseudoterapias de cierto renombre.

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