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“En el futuro habrá servicios de ilustración en los hospitales”

Si una cena con médicos deriva inevitablemente en el relato de anécdotas de pacientes, la novela gráfica El club de las batas blancas sería el equivalente a una bacanal de varios días. Y no solo por las descripciones de insospechados objetos (incluido un cirio tallado con versos satánicos) perturbando todo tipo de orificios. Este libro es un festín de historias irreverentes, que nacen en las urgencias de un gran hospital, provocadas por personas tan perdidas como en ocasiones los propios médicos que las atienden.

PREGUNTA. Después de un primer día de residencia como el descrito en la novela, ¿de dónde se saca la fuerza para seguir: de la vocación o de la esperanza de ligar como en Anatomía de Grey?
GUIDO RODRÍGUEZ DE LEMA. El primer año de residencia es el choque de la idea que tienes sobre la medicina con la realidad. Probablemente todo el mundo piensa en dejarlo en algún momento, pero en parte tira la vocación y también la esperanza de que mejorará. Y, sí, puede que las series hayan influido bastante en la cantidad de personas que quieren ser médicos.
JUAN SÁNCHEZ-VERDE. Pues a mí no me ha pasado nunca lo de ligar a lo loco como en esas series…

P. Siguiendo con Anatomía, pero la de Gray, ¿tan mal preparado se sale de la carrera?
G. R. L. Terminamos muy bien preparados teóricamente, pero la medicina es práctica. Llegas al hospital con muchos datos, pero sin saber muy bien cómo aplicarlos.

P. La novela habla de fracturas de pene, el concurso del “relleno de pavo”sobre el objeto más curioso hallado en vía rectal y una gran variedad de situaciones hediondas y excrementicias. Confiesen: ¿es una táctica para vender más o la medicina resulta así de escatológica?
G. R. L. La medicina es muchas cosas y, efectivamente, tiene una parte escatológica. Por mucho que queramos disimularlo, somos fluidos, olores… También buscábamos que el libro llamase la atención a un público más amplio, no solo a los compañeros, y de ahí lo de los penes y los objetos. De hecho hubo un momento en que nos preocupaba ser demasiado ordinarios. Por eso consultábamos mucho la opinión de nuestro entorno no médico. Nos decían que adelante.

P. ¿Se dejaron fuera muchas anécdotas?
G. R. L. Sí, porque en cada guardia surge alguna. Por ejemplo, el otro día vino una chica a la que le había caído una rata muerta en una estación de metro en obras. Solo le había rozado el pelo, pero quería que le hiciéramos pruebas por si había cogido, no sé, el tifus o la peste.

“La medicina es muchas cosas, y en parte también es escatológica; con estas anécdotas queríamos llegar también al público no médico”

P. ¿Su escena favorita del libro?
G. R. L. El primer día de residencia de Bruno. Creo que muchos médicos pueden sentirse reflejados en ese capítulo.
J. S-V. Para mí la del abandono de la viejecita en el hospital. Me ocurrió con una anciana que estuvo ingresada, con un cuadro confusional; pasé toda la noche pendiente de ella. Insistí para que vinieran los familiares que al fin llegaron muy enfadados, gritándome e insultándome. La pobre señora se fue diciéndoles que la próxima vez la dejaran en una gasolinera para no molestarnos.

P. Hablando de enfados y reclamaciones absurdas, ¿somos los pacientes tan indeseables?
G. R. L. Esos son los que más te marcan. De cincuenta pacientes que ves, 45 son encantadores.
J. S-V. Yo matizo: aproximadamente, la mitad de los que vienen son unos caraduras. También los hay inaguantables que acuden a urgencias por motivos justificados, pero es que luego están los que vienen por rozaduras en los pies y además son protestones…

P. Está claro que no sabemos usar las urgencias. ¿Tendría que hacer el triaje un psiquiatra?
G. R. L. Eso es una propuesta irónica del libro, con el que también queríamos hacer educación sanitaria sobre el uso responsable de las urgencias…
J. S-V. Pues no sé, igual sería útil para los que vienen pidiendo la “quinta opinión” o los que quieren estar enfermos, porque buscan rentas, sacar un beneficio como que les quieran más o no tener que ir a trabajar.

P. Se meten con los pacientes, pero también hacen autocrítica. ¿Son los médicos los peores enfermos?
J. S-V. No sé si son los peores, pero si lo pretenden, es otro nivel. Yo si acudo a una consulta, nunca digo que soy médico, me callo y me dejo llevar. Lo opuesto son los casos como los de la médica que exigía ser atendida antes que nadie, por una patología menor, de larga evolución y ya vista por otro colega. Encima de faltar al residente, envió por correo interno y con papel del trabajo una carta larguísima criticando el trato. Le contesté pagándome el sello. Los médicos somos nauseabundos: aburridos, con ínfulas y algunos son excelentes porque no han hecho otra cosa en su vida. Es difícil encontrar médicos simpáticos.

“A urgencias viene gente para que les quieran más o por no tener que trabajar; es importante hacer educación sanitaria”

P. ¿Y qué es más difícil, que dos médicos traten a un paciente o escriban juntos un cómic?
J. S-V. ¿Cómo es el dicho? Un médico cura, dos dudan, tres matan. Nosotros hemos terminado el cómic porque somos dos, si no, con las guardias, la familia… nunca habríamos terminado.
G. R. L. Deberíamos patentar el método de trabajo, es único (escribimos y dibujamos los dos). Funciona porque nos conocemos muy bien.

P. ¿Qué autores les inspiran?
G. R. L. A Juan le encanta Asimov. De hecho, Yo, Doctor debe su nombre a Yo, robot, y la idea del Club se inspira en el relato el Club de los viudos negros. Estéticamente quizá el libro recuerde a Scott Pilgrim.
J. S-V. A mí me fascina cómo narra Álvaro Ortiz.

P. ¿Para cuándo el New England en cómic?
G. R. L. Poco a poco. Cada vez más revistas médicas apuestan por el visual abstract: transmite la información y se viraliza muy bien.
J. S-V. La medicina gráfica ayuda a divulgar la enfermedad, el visual abstract contribuye a enganchar a los lectores, pero el futuro es tener servicios de ilustración, con médicos, en los hospitales. Nosotros hemos podido contar una realidad social que gracias al cómic va a llegar a mucha gente.

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