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La disputa de los 115 años

Desde que se empezó a estudiar el progresivo incremento de la esperanza de vida en el último siglo, han aparecido dos bandos, según describió The Atlantic hace cuatro años: el que cree en el progreso continuo mientras el nivel de vida siga mejorando, encarnado en James Vaupel, fundador del Instituto Max Plack de Investigación Demográfica, en Alemania, y el de Jay Olshansky, profesor de Salud Pública en la Universidad de Chicago, para quien existiría un límite biológico: “La mayoría de las ganancias en longevidad del siglo XX vinieron de la reducción de la mortalidad infantil”, ayudada por la higiene, las vacunas, la mejor alimentación y los avances médicos. A juicio de Olshansky, sin embargo, “los cambios en la medicina o el estilo de vida que extienden la vida de los ancianos no agregan mucho tiempo”, y precisa que, si se eliminara el cáncer, la esperanza de vida solo aumentaría en tres años, porque otras enfermedades crónicas fatales tomarían su lugar. Piensa que en el siglo XXI la vida quizá se extienda otros diez años, pero ese progreso se detendrá.

El consenso sostiene que el riesgo de muerte aumenta constantemente en la edad adulta, hasta alrededor de los 80 años aproximadamente. Pero hay desacuerdo sobre lo que ocurre cuando se llega a los 90 y los 100 años. Para algunos hay una vida útil fija y natural para nuestra especie, mientras que otros con los mismos datos concluyen que el riesgo de muerte se estabiliza en esas franjas superiores y, por lo tanto, la esperanza de vida humana no tendría un umbral máximo.

El consenso sostiene que el riesgo de muerte aumenta constantemente en la edad adulta, hasta alrededor de los 80 años aproximadamente

Hace dos años, un estudio de la Facultad de Medicina Albert Einstein, en Nueva York, dirigido por el genetista molecular Jan Vijg y publicado en Nature, reavivó el debate al concluir que la esperanza máxima de la vida humana era de 115 años. Casos como el de la francesa Jeanne Calment que murió en 1997 a los 122 años serían meras anomalías. En agosto del año pasado, para corregir algunos de los defectos metodológicos observados en aquel estudio, científicos de la Universidad de Tilburg, en Holanda, analizaron a 75.000 holandeses muertos en los últimos 30 años para responder a tres preguntas sobre la esperanza de vida: si existía una edad infranqueable o si siempre se puede tener un año más; si existe tal límite, ¿puede cambiar con el tiempo?; y lo más importante, ¿a cuántos años podemos llegar? Encontraron que, de hecho, existía un límite para la longevidad humana, y era, en promedio, 115,7 años para las mujeres y 114,2 años para los hombres. Su método era más preciso, pero encontraron un límite similar a la vida humana, aunque con diferencias en las curvas de vida útil.

Para algunos hay una vida útil fija y natural para nuestra especie, mientras que otros con los mismos datos concluyen que la esperanza de vida humana no tendría un umbral máximo.

A finales del pasado junio, Science publicaba un análisis de las universidades de California en Berkeley y de La Sapienza en Roma en el que, tras rastrear las trayectorias de 3.836 italianos nacidos entre 1896 y 1910 que tenían 105 años o más entre 2009 y 2015 -el mayor, de 112 años- concluían que si se sobrevive a los peligrosos 90 años y se pasa de 105 hay grandes posibilidades de llegar a los 110. Es decir, las probabilidades de supervivencia de estos supercentenarios se estabilizaban una vez alcanzados los 105.

De ahí deducían que “no hay un límite fijo para la vida humana”, según Kenneth Wachter, profesor emérito de demografía y estadística en Berkeley, autor principal junto con la italiana Elisabetta Barbi. “No solo vemos que las tasas de mortalidad no dejan de empeorar con la edad, sino que las mejoramos ligeramente con el tiempo”, añadía muy ufano. Los resultados mostraron que las personas de entre 105 y 109 años tenían una probabilidad del 50/50 de morir dentro del año y una esperanza de vida adicional de 1,5 años. La tasa de esperanza de vida sería la misma para los de 110 años, fenómeno conocido como ‘meseta de mortalidad’.

no faltan optimistas que confían en las capacidades regenerativas de la ciencia o en los milagros de la evolución para vencer ese límite de los 115 años

Y, como decía en Nature Jean-Marie Robine, demógrafo del Instituto Francés de Salud e Investigación Médica en Montpellier, que no participó en el estudio, “si hay una meseta de mortalidad, entonces no hay límite para la longevidad humana”. La trayectoria para los nonagenarios era menos indulgente. Por ejemplo, las mujeres italianas de 90 años de edad tenían un 15 por ciento de probabilidades de morir el próximo año y seis años, en promedio, de vida. Si llegaban a 95, sus probabilidades de morir en un año aumentaban al 24 por ciento y su esperanza de vida a partir de ese momento bajaba a 3,7 años. Parece que a medida que los humanos llegan a los 80 y 90 años, las tasas de mortalidad aumentan debido a la fragilidad y al mayor riesgo de dolencias. Los que sobreviven lo hacen seguramente debido a la selección demográfica/natural y a su robustez genética. Lo último es más bien de sentido común, al igual que el que la supervivencia en estas cohortes fuera mayor en función de la atención médica recibida; más contraintuitiva es esa ‘isla de estabilidad temporal’ que han observado a los 105 años, pues la mortalidad aumenta constantemente a medida que se envejece. El estudio tiene la limitación de haberse centrado en un país -Italia- con alta esperanza de vida por lo que esa meseta en la mortalidad podría no ser válida en otros lugares.

Unos envejecen más rápidamente que otros por “malos hábitos, malas condiciones de vida o malos genes; pero todos envejecemos”

En relación con esa ‘meseta de la mortalidad’, Brandon Milholland, coautor del artículo de Nature de 2016, dice que la evidencia es “marginal”, ya que el estudio italiano incluyó a menos de 100 personas que vivieron hasta 110 o más años. La esperanza de vida, por otro lado, es “esencialmente la esperanza de vida promedio de una población, que está determinada por las condiciones en las que vives, por la suerte y, en cierta medida por el envejecimiento”. Unos envejecen más rápidamente que otros por “malos hábitos, malas condiciones de vida o malos genes; pero todos envejecemos”, declaraba Jan Vijg en la revista Salon. “Te encuentras con las limitaciones básicas impuestas por el diseño del ser humano”, añadía Jay Olshansky. Aun así, no faltan optimistas que confían en las capacidades regenerativas de la ciencia o en los milagros de la evolución para vencer ese límite de los 115 años. Y si el tiempo, la muerte, se echa encima, basta con criogenizarse y esperar en la ‘resurrección’ futura.

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