La terapia génica podría aplicarse eludiendo uno de sus efectos secundarios más temidos: la reacción autoinmune al material genético que inserta, y que el sistema inmunitario del paciente reconoce por primera vez.
Un equipo de investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford así lo ha demostrado en un modelo de ratón que reproduce la distrofia muscular de Duchenne. Esta enfermedad aparece en uno de cada 5.000 nacidos debida a un defecto genético que priva a los músculos -esqueléticos y cardíaco- de la versión funcional de la proteína distrofina.
“La terapia génica está a punto de convertirse en un enfoque convencional para tratar enfermedades monogénicas”, dice Lawrence Steinman, profesor de Neurología y de Pediatría en la citada universidad. “Pero hay un obstáculo: si le das un gen que es una receta para una proteína normal a alguien con una versión defectuosa del gen, cuyo cuerpo nunca fabricó la proteína normal antes, el sistema inmune de esa persona experimentará una reacción, en algunos casos letal, para la proteína normal, como ocurriría con cualquier proteína extraña. Creemos que hemos resuelto ese problema”. Estos hallazgos aparecen esta semana en PNAS, en un estudio encabezado por Peggy Ho.
La terapia génica para la distrofia de Duchenne suele basarse en la introducción de una fracción del gen que codifica la distrofina -demasiado grande para poder insertarse en el vector- que se acopla a un virus para que lo incorpore al organismo. En este estudio, la versión funcional del gen, la microdistrofina, se administra no ya en el vector viral, sino en un plásmido inductor de tolerancia inmunológica, que ya se había estudiado en dos trastornos autoinmunes diferentes con buenos resultados.
Los investigadores experimentaron con quince ratones de 6 semanas de edad, una edad aproximadamente equivalente a la de un niño pequeño; inyectaron a los animales el vector viral con la microdistrofina; una semana después, se dividieron en tres grupos: uno de ellos recibieron inyecciones semanales con una solución inocua; otro esa solución más el plásmido inductor de tolerancia pero sin la microdistrofina, o bien el plásmido con el gen de microdistrofina.
Al final de un período de 32 semanas, edad murina que equivadría a los primeros años de la adultez humana, los animales que había recibido el cargado con microdistrofia tenían una fuerza muscular significativamente mayor y sustancialmente más fibras musculares productoras de distrofina.
“Todavía es temprano –al fin y al cabo, esto es un experimento con ratones-, pero parece que podemos inducir tolerancia a una gran variedad de proteínas que antes eran inmunogénicas si insertamos el gen de la proteína que nos interesa en el plásmido”, considera Steinman. “Hemos visto esto con el precursor de la insulina (para la diabetes tipo 1) y con la mielina (para la esclerosis múltiple). Parece que este concepto podría funcionar en la terapia génica también”.
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