Cuando surgió, no hace mucho, la idea de trasplantar materia fecal para curar infecciones debió sonar a chino. Y no era descaminado, pues tal concepto parece que se originó en China hace milenios. La literatura médica china del siglo IV lo menciona para tratar la intoxicación alimentaria y la diarrea. Los beduinos también usaban heces de camello como remedio contra la disentería. Una de las primeras descripciones científicas la publicó en 1958 en la revista Journal of Clinical Gastroenterology el equipo de Ben Eiseman, del Hospital General de Denver, que trató con éxito a cuatro personas gravemente enfermas con colitis pseudomembranosa fulminante (antes de que C. difficile fuera la causa conocida) utilizando enemas fecales. Con bastante timidez fueron apareciendo otros ensayos similares, si bien este método no ha alcanzado proyección científica hasta hace un lustro. De momento, su radio de acción se circunscribe a la infección por C. difficile resistente a los antibióticos, pero se está ensayando en Parkinson, esclerosis múltiple, Crohn, colitis ulcerosa, obesidad, diabetes tipo 2 y acné.
No es la primera vez que la medicina se fija en fórmulas ancestrales de culturas milenarias para descubrir soluciones contra enfermedades. De algo tienen que servir tantos milenios de ensayos y errores del ser humano con plantas, raíces y venenos, como la corteza del sauce, descrita ya por Hipócrates y de la que se han encontrado restos en yacimientos paleolíticos; es, como se sabe, la fuente del ácido salicílico.
La medicina actual, con su edición genética, sus prótesis controladas con la mente y sus nanorrobots, sigue inspirándose en culturas y sabidurías populares en su lucha contra la enfermedad. La diferencia es que a esas pistas chamánicas aplica tecnicas de biología molecular o ingeniería genética junto a rigurosos ensayos en fases progresivas y controladas: los científicos analizan ahora qué bacterias fecales contrarrestan las infecciones intestinales.
Se comprende que, ante una promesa curativa de tal proteína, tal sustancia o tal gen, los directamente afectados los reclamen con urgencia vital, pero las experiencias de fracasos debidos a la precipitación aconsejan paciencia. Sin ser infalible, esa ortodoxia médica es una garantía para la salud. De ahí que haya que seguir desconfiando y educando contra los falsos chamanes, hoy tuiteros, que, amparándose en esa urgencia, venden remedios ancestrales o modernos que engañan y alejan al enfermo de la buena medicina.
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