Desde hace unos años, los estudios psicológicos se enfrentan a una crisis de reproducibilidad y de credibilidad. Hay factores atenuantes: los ensayos más conocidos se hicieron en una época con menos controles, la evaluación estadística es ahora más estricta, hay requisitos éticos más escrupulosos y, sobre todo, la conducta humana no es tan aprehensible o disciplinada como un receptor molecular o una reacción catalítica. En mayo pasado, la revista Psychological Science publicó una repetición del famoso test de las golosinas (en inglés marshmallow experiment, en referencia a esas azucaradas nubes que usaron en el estudio).
El original, dirigido a finales de los años sesenta por Walter Mischel, profesor de la Universidad de Stanford, consistía en ofrecer a un grupo de niños una recompensa inmediata (la golosina) o dos nubes si aguantaban 15 minutos sin devorarla. La conclusión principal fue que los niños capaces de esperar más obtenían mejores resultados en su vida, como notas escolares brillantes o un índice de masa corporal normal. En la repetición que ha dirigido Tyler Watts, de la Universidad de Nueva York, aparte de analizar una muestra mucho mayor y más variada, han observado que la relación ‘autocontrol-éxito futuro’ es mucho más débil que la obtenida por Mischel; el entorno familiar y educativo sería más decisivo.
La actualización del ‘test de las golosinas’ ha registrado una relación ‘autocontrol-éxito futuro’ mucho más débil
Hace cuatro años el famoso experimento de Stanley Milgram (1963) -la disposición para obedecer las órdenes de una autoridad aun cuando pudieran entrar en conflicto con la conciencia- fue desinflado en PLoS One por los psicólogos Nick Haslam y Gina Perry, de la Universidad de Melbourne.
La cárcel de Stanford
Algo parecido acaba de ocurrir hace un mes con otro de los más conocidos experimentos psicológicos de la historia: el de la cárcel de Stanford (1971), dirigido por Philip Zimbardo. A cambio de 15 dólares diarios, se reclutó a un grupo de 24 jóvenes, se les dividió en prisioneros y guardias y se les encerró en una prisión simulada en los sótanos de la Universidad de Stanford. Al poco tiempo, los guardias comenzaron a maltratar a los prisioneros, de lo que Zimbardo dedujo que las circunstancias desencadenan el mal: personas normales arrojadas a una situación en la que tienen poder sobre otras comenzarán a abusar de ese poder, y las que se encuentran en una situación de impotencia serán empujadas a la sumisión, incluso a la locura.
Uno de los propósitos de Zimbardo y su equipo era mostrar la inhumanidad intrínseca del sistema carcelario estadounidense y la necesidad de buscar alternativas. El experimento figura en muchos libros de texto de psicología y ha inspirado películas, documentales, programas de televisión y testimonios ante políticos y jueces. Previsto para dos semanas, se detuvo a los seis días. La historia de los guardias desbocados y los presos aterrorizados se ha utilizado como paradigma de que nuestro comportamiento se ve profundamente afectado por los roles sociales y las situaciones en las que nos encontramos: todos tendríamos una fuente de sadismo potencial acechando dentro de nosotros. De algún modo, las circunstancias nos exonerarían de las canalladas, nuestras acciones estarían determinadas por el uniforme. El estudio ofrecía una forma científica de redención, de anular la responsabilidad personal y de tranquilizar la conciencia. Por ese efecto tan ansiolítico resultó tan atractivo, reconfortante y difundido.
El ‘efecto Lucifer’ establece que en el comportamiento influyen las circustancias del sujeto
Una de las primeras críticas apareció en 2006 en British Journal of Social Psychology a cargo de Alexander Haslam y Stephen Reicher, de las universidades británicas de Queensland y St Andrews, quienes en un remake del experimento no observaron esa brutalidad latente en el ser humano. El gran golpe llegó en abril pasado con la publicación de Histoire d’un mensonge (Historia de una mentira), libro escrito por el investigador francés Thibault Le Texier, de la Universidad de Niza, que pudo acceder a los archivos del experimento. En las grabaciones se puede constatar que, lejos de dejar que prisioneros y carceleros hicieran su papel con espontaneidad, como luego harían Haslam y Reicher, Zimbardo y su colaborador David Jaffe aleccionaron a los guardianes para crear sensaciones de frustración y miedo en los presos: “No podemos abusar de ellos ni torturarles, pero tenemos un poder total sobre su situación”. Varias técnicas de tormento psicológico fueron sugeridas por Carlo Prescott, un ex presidiario de San Quintín que asesoró a Jaffe y que en 2005 denunció en The Stanford Daily algunas de las falsedades del estudio.
Zimbardo y Jaffe aleccionaron a los guardianes para crear sensaciones de frustración y miedo
Con el libro de Le Texier y entrevistas a varios participantes, Ben Blum publicó en junio pasado un artículo en la revista Medium que apuntilló el experimento. Entre otros testimonios, recoge el de Douglas Korpi, cuyo colapso a las 36 horas de cárcel fue un argumento de peso para la tesis de Zimbardo. El único problema es que tal colapso fue una farsa, según el propio Korpi, ahora psicólogo forense. “Cualquiera que sea clínico sabría que estaba fingiendo. La razón por la que acepté ese trabajo fue porque pensé que tendría varios días para sentarme y estudiar para el examen de grado, pero al no dejarme llevar los libros fingí el colapso”. Y el guardián Dave Eshleman, que asumió en el ensayo una personalidad despreciable, le reconoció a Blum que su objetivo fue simplemente ayudar al éxito del experimento. “Creí que estaba haciendo lo que los investigadores querían que hiciera”.
Además de censurar que el estudio de Stanford no apareciera en una revista científica sino en The New York Times Magazine, Haslam y Reicher, que acaban de publicar en junio otro artículo en PsyArXiv con un análisis de las grabaciones que han salido a la luz, matizan que la brutalidad observada en el ensayo de Zimbardo no es una consecuencia natural de las circunstancias, del uniforme, sino que responde a la ‘identidad con el liderazgo’: un líder que les asegura que están actuando al servicio de una causa noble, como el progreso científico o la reforma del sistema carcelario. El efecto Lucifer acuñado por Zimbardo -gente buena se vuelve mala en situaciones tóxicas, como los nazis que masacraron a los judíos- no sería tan automático. “A los guardias se les dieron instrucciones claras sobre cómo debían comportarse”, y en algún caso se les pidió actuar como guardianes crueles a fin de garantizar el éxito del ensayo. Paradójicamente, Zimbardo quería desafiar la brutalidad del sistema carcelario provocando esa misma brutalidad en su estudio.
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