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El sentido evolutivo de las abuelas

Con permiso de las tortugas, a los biólogos siempre les ha sorprendido la longevidad del ser humano frente a otros animales, característica que no ha dejado de aumentar en los últimos dos siglos por la higiene y los avances médicos. También les deja perplejos la larga vida posmenopáusica de las mujeres, pues en la gramática evolutiva una especie pierde de algún modo su sentido una vez que se ha reproducido. Por eso, como razona Haider Warraich, cardióloga del Centro Médico de la Universidad de Duke, en la web Stat News, “desde una perspectiva puramente evolutiva, las abuelas pueden considerarse un fracaso: ¿de qué sirve un organismo que no puede reproducirse?”. Sin embargo, como sugieren varios estudios recientes, las abuelas no solo ayudan a perpetuar la especie, sino que también serían una de las razones por las que los humanos disfrutan de una larga vida.

Al ayudar a criar a sus nietos, las abuelas de las sociedades de cazadores-recolectores permitieron que sus hijas tuvieran más bebés. Las simulaciones matemáticas han mostrado que el ‘efecto abuela’, acuñado por primera vez en 1966 en Journal of Theoretical Biology por el británico W.D. Hamilton, del Imperial College Field Station, explicaría ese patrón que se ha ido transmitiendo. Al relevar a una madre de algunas de sus responsabilidades con la crianza de sus hijos, las abuelas facilitan más hijos y también que esos niños tengan vidas más largas al ayudarles durante los difíciles primeros años de vida.

Dos estudios que aparecen en el número de febrero de Current Biology refuerzan esta noción. Un análisis de los registros de nacimientos y defunciones de Finlandia entre 1731 y 1890 indica que contar con una abuela materna de 50 a 75 años de edad para cuidar a nietos de 5 años o menos aumentó la supervivencia de los niños. Según el equipo de la Universidad de Turku, el efecto desaparece con las abuelas mayores de 75 años, debido a su merma física. El efecto sobre la longevidad se observó sobre todo con las abuelas maternas, no tanto con las paternas. El segundo estudio, de la Universidad canadiense de Sherbrooke, muestra algo más obvio: que no es solo la presencia de una abuela lo que importa, sino su proximidad para poder atender a los nietos; no sirve de mucho si está todo el tiempo de cruceros por el Caribe.

Esta ventaja evolutiva corre sin embargo cierto peligro de desaparición. La dispersión geográfica y las rupturas familiares han fragmentado los solidarios núcleos familiares. A principios del siglo XX, solo el 7% de las mujeres mayores vivían solas; ahora esa cifra está entre el 30 y el 40%, sobre todo en los países desarrollados. “Si esta diseminación continúa, podríamos invertir el papel evolutivo que han desempeñado las abuelas y perder los beneficios de este efecto”. Y eso que según otro estudio del mismo equipo de la Universidad de Turku publicado en septiembre pasado en PLoS One, con datos de 1790 a 1959, hasta los años cincuenta el 60% de los niños conocían y convivían con alguno de sus abuelos frente al 70-80% a partir de esa década.

Lo que debe cambiar, advierte Warraich, no es solo una mayor comprensión del papel que desempeñan las abuelas, y también de los abuelos, cada vez más implicados en esas tareas, sino también un mayor esfuerzo para regresar a las unidades familiares multigeneracionales. Los cuidados recíprocos entre jóvenes y mayores aliviarían además la creciente epidemia de soledad que amenaza a las sociedades occidentales. No hay que olvidar la reducción de prejuicios y discriminación hacia los viejos que genera esa convivencia en los niños ni el beneficio que obtienen los mayores en su propia longevidad, según reflejaba un análisis sobre 500 abuelos de 70 a 103 años aparecido en 2016 en Evolution and Human Behavior: unos cuidados no muy intensos de los nietos aumentaban en tres años la vida de los abuelos. Warraich recuerda finalmente que “los niños que crecen en hogares multigeneracionales tienen mejores calificaciones escolares y menos problemas emocionales y de comportamiento”. Y pone el ejemplo de Barack Obama: tras el divorcio de sus padres, pasó varios años viviendo con sus abuelos en Hawai. “Su educación representa un modelo destacado del maravilloso papel de los abuelos en la crianza de un nieto, especialmente cuando la situación de los padres es complicada”.

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