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La mirada del médico debe volver al paciente

Entre sus muchos aforismos y escritos, aquel padre de la medicina moderna llamado William Osler dijo que “el buen médico trata la enfermedad; el gran médico trata al paciente que tiene la enfermedad”. El médico auténtico debería ser un experto en humanidad. “La variabilidad -añadía Osler- es la ley de la vida, y así como no hay dos caras iguales, tampoco hay dos cuerpos iguales, y no hay dos individuos que reaccionen de la misma manera y se comporten del mismo modo bajo las condiciones anormales que conocemos como enfermedad”.

Humanizar la medicina es uno de los mantras que más se repite desde hace años, con una sospechosa insistencia que hace pensar que los automatismos, algoritmos, análisis de laboratorio y pantallas interpuestas no cejan en su afán deshumanizador. La multiplicación de herramientas, formularios y fármacos ha conquistado sin duda años de vida para los enfermos, pero ha desviado la mirada del médico: del paciente al ordenador o a la tableta registradora. Prisas y pruebas se conjuran para enmascarar aún más el rostro confuso que acude dolorido o angustiado en busca de una atención ‘personalizada’, sin envasar.

Para humanizar la medicina, evitar que caiga en lo impersonal, hay que humanizar al médico. Eso es lo que persiguen algunas iniciativas docentes. Para aclimatar al alumno antes de que entre en contacto directo con los pacientes, una estudiada inmersión en obras literarias, artísticas o cinematográficas que hayan explorado la relación médico-paciente supondrá un complemento necesario al exigente plan académico de Medicina.

El estereotipo de la letra ininteligible del médico se ve equilibrado por fortuna con una arraigada tradición de médicos escritores y artistas que han plasmado con maestría sus ascensos y descensos a lo más profundo y elevado del alma humana enfrentada al dolor y a la muerte, las fronteras más misteriosas y aleccionadoras del ser humano.

La Medicina es cada vez más científica y tecnológica, pero sigue siendo un arte, la téchne griega que, según Homero, englobaba a las nueve musas: de la épica a la comedia y la tragedia, a las esperanzas y temores que nos hacen humanos.

Volver a mirar al enfermo, incurable a largo plazo, puede ser a veces un remedio infalible para su cuerpo y sobre todo para su espíritu. Así se podrá decir, como en el epitafio de Hipócrates: “Y adquirió una gloria inmensa no por azar, sino por su arte”.

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