En los dos artículos anteriores se han puesto sobre la mesa los problemas que genera el hecho de dar un rol estelar al número de pacientes asignables a cada profesional a la hora de definir las necesidades de los mismos en los centros y equipos de atención primaria y comunitaria (EAP). También se han apuntado algunos de los riesgos que entraña para el propio desarrollo y prestigio científico-técnico, incluso para la misma supervivencia, de esta parte del sistema la persistencia en éste, a mi juicio, error de planificación. Es pues el momento de apuntar algunas alternativas para poder responder de forma más ajustada a la pregunta que da título a los tres artículos de esta serie.
Lea los dos artículos previos de esta serie
¿Cuántos profesionales necesita un EAP (I) El criterio poblacional
¿Cuántos profesionales necesita un EAP (II) Los problemas del criterio poblacional
El Real Decreto 137/1984, de 11 de enero, describe en su artículo 5 los grupos de funciones de los miembros de los equipos de atención primaria y, lógicamente, sitúa en primer lugar la de prestar asistencia a la población adscrita. En esta asistencia se incluye la prestada en las consultas, así como la domiciliaria y urgente. Entre las restantes funciones figuran las siguientes: promoción, prevención y reinserción social, diagnóstico de salud, evaluación de las actuaciones, formación pre y posgraduada e investigación clínica y epidemiológica, así como participación en programas de salud mental, laboral y ambiental.
Esta disposición legal inicial, refrendada por la Ley General de Sanidad de 1986 y desarrollada en años posteriores por disposiciones casi idénticas en las diferentes comunidades, evidencia que las funciones nucleares de la atención primaria y sus profesionales no se limitan a las visitas en consulta, sino que abarcan otros aspectos como los citados que, además, son los que marcan los cambios cualitativos que la diferencian de la anterior asistencia médica ambulatoria.
La asistencia debería suponer el 70 ó 75% de la jornada laboral del EAP, y el resto dedicarse al resto de funciones del nivel
Si nuestros políticos y gestores renuncian a seguir declarando que la atención primaria y comunitaria es la columna vertebral del sistema, podría no haber inconvenientes mayores en que las necesidades de profesionales de los equipos se planifiquen tomando las visitas en consulta como su actividad exclusiva. Si, por el contrario, se piensa que esta parte del sistema debe asumir las funciones ya señaladas en el decreto de 1984 (a las que hay que sumar las derivadas de la complejización asistencial que han supuesto la emergencia de la cronicidad y la dependencia, así como el incremento de la cultura de consumo, la utilización inadecuada de los recursos sanitarios y la medicalización social, en el contexto de un sistema desequilibrado y con problemas de financiación y de sostenibilidad económica y organizativa), entonces parece claro que hay que replantearse en profundidad las necesidades de profesionales de los equipos y diseñar nuevos criterios para determinarlas.
Planificación racional
En primer lugar, para definir las necesidades de profesionales de los equipos de atención primaria y comunitaria hay que partir de la base de que los ejercicios de planificación, aunque tengan un punto estratégico y eneral de partida, deben analizar localmente (en cada área, distrito o incluso zona) la situación, y no partir de axiomas apriorísticos. Esta dinámica es más dificultosa y compleja, pero permite aproximaciones más rigurosas a la realidad y, al mismo tiempo, implica una importante descentralización de la capacidad decisoria, elemento esencial y secularmente reclamado desde la atención primaria y comunitaria. La estrategia de café para todos aplicada rígidamente es fuente de errores, a veces graves e irreversibles, también en atención primaria y comunitaria.
En segundo lugar, la definición de necesidades debería partir del análisis independiente de las cargas de tiempo y trabajo que suponen en cada lugar, centro y equipo las distintas funciones y tareas asistenciales (no solamente en las consultas presenciales ordinarias, sino también en las virtuales) que tienen que asumir por separado y de forma coordinada los distintos tipos de profesionales que trabajan en el mismo ámbito.
Las necesidades de profesionales no pueden centrarse en las cargas de tiempo y trabajo de un EAP concreto
En tercer lugar, hay que considerar las cargas de trabajo y tiempo determinadas por las actividades no estrictamente asistenciales, entre las que hay que incluir las de organización interna y coordinación, las docentes y formativas, así como las de investigación y evaluación. Debería asumirse que, en el marco de la jornada laboral de los profesionales de los equipos, el tiempo asistencial (consultas y domicilios) debería suponer alrededor de un 70-75% de la misma, y que el resto debería dedicarse al resto de funciones ya reconocidas en el decreto de 1984.
En cuarto lugar, la definición de necesidades de profesionales debería partir de visiones más globales de las cargas de tiempo y trabajo del conjunto de un equipo ubicado en un contexto determinado, y que ese análisis sea coherente con las identificadas por separado para cada uno de los grupos profesionales que lo integran.
El número de personas de la lista de cada profesional no puede seguir siendo el principal parámetro para determinar las necesidades de los EAP, y menos si se liga a la duración de las consultas. Limitar los análisis a estos elementos no puede dejar de generar sensaciones de alarma, que se confirman cuando se escucha a administraciones y organizaciones sindicales centrar -casi de forma exclusiva- sus propuestas y reivindicaciones, respectivamente, en esos puntos, con olvido de las cargas de trabajo generadas por el resto de funciones que deben desarrollar los profesionales de una atención primaria y comunitaria que merezca tal nombre.
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