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Pseudociencia, el lado oscuro: palabras mágicas

“Puede elegir el color que desee, siempre y cuando sea negro”, dicen que decía Henry Ford. Voy a pedir la colaboración del lector para este artículo sobre el papel fundamental del marketing en las pseudoterapias. Repasemos algunos trucos lingüísticos que se convierten en palabras mágicas capaces de abrir las murallas de pacientes y profesionales de la salud ante ellas.

Vamos a la raíz: abra un navegador y consulte una lista cualquiera de terapias alternativas. Le recomiendo, para mejorar el propósito argumental de esta entrada, que elija alguna que le proponga un promotor de estas pseudoterapias. El motivo es para que no me crea a mí cuando le diga que muy probablemente va a encontrar en esa lista, entre otras, homeopatía, acupuntura, reflexología, moxibustión (en general, las propuestas de la medicina tradicional china), biomagnetismo, reiki, aromaterapia, flores de Bach, ayurveda, bioenergética, kinesiología, cristaloterapia/gemoterapia, iridología, medicina antroposófica, medicina cuántica, Nueva Medicina Germánica, orinoterapia, agua de mar…

Emilio Molina, el autor, de Apetp y colaborador de la OMC.

En un listado más exhaustivo encontramos en común (excepto por un puñado de excepciones matizables) que ninguna de ellas ha demostrado eficacia más allá del placebo para sus propuestas, sin tener gran parte de ellas plausibilidad biológica o en algunos casos ni siquiera sentido físico, como es el caso de las propuestas cuánticas o energéticas.

El término alternativa, que a todas luces implica que la propuesta supone una vía distinta y suficiente en condiciones iguales o similares a aquello a lo que se propone como alternativa, ocasionó y sigue ocasionando no pocas pérdidas de oportunidad terapéutica.

Este factor es el que ha supuesto, desde hace menos tiempo del que podríamos pensar, que desde el ámbito sanitario (o al menos, parte de él) se haya presentado cierta oposición a estas propuestas. Pero no porque dichas propuestas carezcan de fundamento científico, sino meramente por las connotaciones del apellido.

Se habla de terapias holísticas, cuánticas, energéticas, integrativas, naturales…

Ágilmente, surgió la evolución de la nomenclatura: abra el lector un navegador y consulte una lista cualquiera de «terapias complementarias», siguiendo las directivas anteriores. De nuevo homeopatía, acupuntura, reflexología, moxibustión, iridología, kinesiología… Probablemente incluso encuentren entre los resultados varias constataciones de que la nomenclatura es indistinta. De hecho, en inglés directamente se conocen como CAM, de complementary and alternative medicine.

Si con el adjetivo alternativas encontrábamos la tibia oposición de parte del sector sanitario, mágicamente ésta se diluye cual producto homeopático cuando se presenta la misma lista de propuestas con el apellido complementarias. La siguiente declaración de intenciones parece ser perfectamente válida en este contexto: “Aplica lo que te dé la gana, pero no dejes el tratamiento médico”.

Algo a priori que puede parecer sensato o que incluso refuerza una aparente autonomía del paciente. Como ya se comentara en el artículo anterior (la verdad os hará libres), esto genera un espejismo de aval a una desinformación que en no pocos casos acabará pasando factura de modos varios: en el mejor de los casos, como meras estafas económicas al paciente. En el peor, interferencias farmacológicas con dichos tratamientos (por ejemplo, al tomar supuestos remedios naturales que ni siquiera se comunican al médico por considerarlos inocuos).

“La sociedad recibe continuamente discursos que recelan de la medicina”

O, como ocurre en muchísimos otros casos, interferencias psicológicas al servir como puerta de entrada a un caldo de cultivo de creencias interrelacionadas que les llevarán a propuestas quizá mucho más descabelladas y radicalizadas, hasta el punto de convencerles probablemente de que no solo son una alternativa real, sino de que son la única opción y que precisamente lo que no es terapéutico es el tratamiento normativo (ya saben: farmafias, cronificaciones, iatrogenia, atender a los síntomas y no a las causas, y todo ese discurso de recelo hacia la medicina con el que se viene bombardeando a la sociedad día tras día).

Hagan una prueba más con terapias holísticas, ese término que de nuevo el listado anterior ha pretendido usurpar para sí, fingiendo que la medicina no lo es: homeopatía, acupuntura, reiki… O medicina integrativa, que bajo el precioso lema “hay que sumar, no restar” olvidan que a “integrar” sin criterio alguno y no deshacerse de lo inválido se le conoce como Síndrome de Diógenes: reiki, biomagnetismo, iridología, ayurveda, flores de Bach… O terapias naturales, atentando desde el propio nombre contra el apartado 13 del artículo 4 del Real Decreto 1907/1996, de 2 de agosto, sobre publicidad y promoción comercial de productos, actividades o servicios con pretendida finalidad sanitaria: acupuntura, reiki, homeopatía, iridología… O terapias y técnicas no convencionales, tal y como oficialmente se recogen desde hace unos años en España: acupuntura, homeopatía, aromaterapia, ayurveda…

Atajemos de raíz el problema de estos mismos perros con distinto collar: ni son medicina alternativa, ni medicina complementaria, ni medicina natural, ni medicina integrativa, ni medicina holística, ni de ningún otro tipo: si no han demostrado su validez o incluso se ha demostrado su invalidez, no tienen derecho alguno a arrogarse el tratamiento de medicina, terapia o técnica. Como fuera que esto falla, es indiferente el apellido con el que los especialistas de marketing de las pseudoterapias quieran calificar a su invención. Como mucho, deberían denominarse, si se quiere, alternativas a tratamientos válidos. O, por abreviar, pseudoterapias.

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