La magnetoencefalografía (MEG) se utiliza para epilepsia, tumores cerebrales y en la planificación de intervenciones neuroquirúrgicas, aunque no es práctica habitual en los hospitales. En España hay sólo dos equipos, uno de ellos en el Laboratorio de Neurociencia Cognitiva y Computacional, con sede en el Centro de Tecnología Biomédica de Madrid, al que llegan los casos más complejos de nuestro país. Este grupo es también líder en el mundo en investigación de Alzheimer y estas dos premisas han desembocado en una investigación que puede significar un paso trascendental en la lucha contra esta enfermedad. En unos años llegará a la clínica un biomarcador que reconoce una señal biomagnética diferente cuando existe riesgo de Alzheimer y aún no se aprecian síntomas de deterioro cognitivo.
El grupo apostó por la magnetoencefalografía porque es una técnica de neuroimagen que mide la actividad cerebral a través de la detección de los campos magnéticos del cerebro. El resultado abre un camino hacia la identificación de los cambios cerebrales que suceden en las etapas iniciales del Alzheimer. De hecho, el trabajo de estos investigadores ha merecido uno de los premios que otorga la Fundación Tecnología y Salud.
“Las corrientes eléctricas que se producen en las dendritas generan unos campos magnéticos, que nosotros observamos. Es parecido a un electroencefalograma pero con más resolución porque se pueden definir con más exactitud las zonas cerebrales en las que hay algún fenómeno patológico”, aclara el director de este laboratorio, Fernando Maestú. A diferencia de la resonancia magnética, la MEG no emite al paciente un campo magnético, sino que sucede al contrario, el sujeto es el emisor: “Es una técnica no invasiva que nos permite tener una observación en tiempo real de cómo están funcionando las neuronas”. El paciente introduce su cabeza dentro de un sensor, que recoge de forma natural lo que emite el cerebro.
Las personas susceptibles de sufrir la enfermedad de Alzheimer tienen una señal biomagnética característica
Con su aplicación en Alzheimer se ha comprobado que las personas en riesgo de desarrollar la enfermedad tienen una señal biomagnética característica. Los investigadores han publicado varios trabajos en revistas de impacto. Uno de ellos se hizo en colaboración con el Centro Nacional de Geriatría de Japón y se publicó este mismo año en la revista Brain. Se estudió un grupo de ciudadanos nipones mayores de 65 años y asintomáticos desde el punto de vista cognitivo.
Estos sujetos tenían un PET que mostraba un aumento de la proteína beta-amiloide, que es un factor de riesgo de Alzheimer. Esta alteración puede aparecer muchos años antes de los primeros síntomas y la hipótesis más extendida apuntan que la asunción de medidas preventivas en ese momento podría reportar beneficios terapéuticos. El trabajo concluye que la señal de la MEG se correlaciona con el incremento de amiloide.
Biomarcador simple
“Cuando la proteína beta-amiloide aumenta, las redes eléctricas del cerebro ya están afectadas. Es importante porque tendríamos un biomarcador no invasivo y simple. Se podría detectar el incremento de riesgo hasta diez años antes”, subraya Maestú.
El Laboratorio de Neurociencia Cognitiva y Computacional ha sido pionero en la aplicación de la MEG en Alzheimer. En un estudio doble ciego, aleatorizado y multicéntrico (siete países y tres continentes), publicado en 2015, se comprobó que se podía distinguir, con una fiabilidad del 83 por ciento, a los pacientes de riesgo de los pacientes controles. Con un seguimiento de dos años y medio, la predicción se cumplió y en ese tiempo los pacientes desarrollaron la enfermedad.
Con un biomarcador no invasivo se podría detectar el incremento de riesgo hasta diez años antes, según los investigadores
Para lograr la aprobación de la Agencia Americana del Medicamento (FDA), se está llevando a cabo en Estados Unidos un estudio de validación del biomarcador en colaboración con las universidades de Pittsburgh y Houston, por lo que Maestú prevé que pueda usarse en clínica en pocos años.
“La poca respuesta de los pacientes a los fármacos actuales podría relacionarse con el hecho de que se usan cuando la enfermedad está ya instaurada. Si identificamos a las personas en riesgo, se podrían dar en etapas preclínicas”, razona Maestú. Podría ser, por tanto, un método de cribado para familiares o portadores del gen apoE4, ya que se ha visto que un alto porcentaje de pacientes con Alzheimer tienen al menos un alelo apoE4. Además, se podrían hacer cambios en el estilo de vida: “Se ha estudiado que la dieta mediterránea, el ejercicio físico y la actividad cognitiva pueden retrasar la aparición de la enfermedad entre cinco y diez años”.
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