El trastorno límite de la personalidad (TLP) se caracteriza por la dificultad que presentan los afectados en la regulación de las emociones, lo que provoca cambios acusados en el estado de ánimo, impulsividad e inestabilidad emocional, así como problemas de autoimagen y a la hora de relacionarse con el entorno. Hablamos de un trastorno de la personalidad grave, también el más prevalente, que según diversas estimaciones podría afectar a entre un 2 y un 8 por ciento de la población española.
Detrás de su desarrollo hay diversos factores interrelacionados, desde los biológicos hasta las experiencias traumáticas tempranas, como el abuso físico, el abuso emocional o el abuso sexual; pasando por factores socioculturales, como la raza, la etnia o el estatus socio-económico. También factores familiares como antecedentes de psicopatología en la familia, relaciones de apego interrumpidas y negligencias, aunque, como matiza Mercedes Jorquera, psicóloga clínica y responsable del centro Ita Previ de Valencia, las vivencias de la infancia y la adolescencia “condicionan, pero no determinan” el desarrollo de un TLP.
Los síntomas de un trastorno límite de la personalidad, según Jorquera, “se ocultan” generalmente tras una clínica depresiva acompañada de conductas muy extremas: “de repente pasan mucho tiempo fuera de casa, cambian bruscamente de imagen, manifiestan tristeza y hacen comentarios muy llamativos acerca de la muerte que erróneamente ignoramos y calificamos como llamadas de atención”.
Añade Cristóbal Rivera, psicólogo y director del Centro Ita ABB Málaga, que aunque “no todos los pacientes presentan la misma sintomatología”, sí que existen una serie de síntomas que pueden alertar a las familias. Entre ellos destaca las autolesiones, los intentos de suicidio, la impulsividad en áreas como las compras o el consumo de sustancias (alcohol, cannabis…), los atracones de comida, la conducción temeraria, la ira inapropiada, los enfados constantes o las peleas físicas, y el miedo intenso al abandono, que “condicionan y repercuten gravemente en la vida de la persona en sus diferentes áreas: familiar, social, educativa, de pareja, etc.”.
Abordaje del TLP
El trastorno límite de la personalidad también es conocido como trastorno de inestabilidad emocional de la personalidad o trastorno de la regulación emocional, así que, como reconoce Jorquera, uno de los objetivos del tratamiento será ayudar al paciente en el desarrollo de esa capacidad de regulación emocional. “Es la clave central del tratamiento: entrenar a la persona en habilidades que le permitan regular la intensidad de las emociones y sustituir las conductas impulsivas asociadas a la inestabilidad por conductas funcionales”, sostiene.
No obstante, como señala Rivera, el tratamiento del TLP requiere el abordaje de diferentes áreas, como las habilidades de tolerancia al malestar, “que ayudarán a la persona a afrontar de una forma más eficaz los acontecimientos dolorosos que puedan suceder, como, por ejemplo, las pérdidas importantes”; o las habilidades interpersonales, que dotan al paciente de herramientas “para establecer relaciones sanas con los demás y no basadas en la dependencia”.
El hecho de que el TLP tenga comorbilidad con otros trastornos psicológicos y psiquiátricos (trastornos alimentarios, adicciones, depresión o ansiedad, trastorno de estrés postraumático, etc.), “aumenta”, según Rivera, la complejidad del tratamiento, aunque como aclara el director del Centro Ita ABB Málaga, los profesionales sanitarios están familiarizados con la sintomatología comórbida y conocen la importancia “fundamental” de trabajar también con estos síntomas “para que la recuperación sea efectiva”.
Importancia de la familia
El contexto/ambiente puede ejercer influencia en el desarrollo y el mantenimiento de un trastorno límite de la personalidad, por lo que, según Jorquera, “el cambio tanto de la familia como del paciente va a ser necesario para observar mejoría en el segundo”. Una opinión que corrobora Rivera, quien asegura que está comprobado que un entorno (familiar, social y laboral) que comprende al paciente va a propiciar una evolución más favorable de éste. “Por ello los programas de tratamiento específicos para las personas que sufren TLP incluyen al entorno como una parte importante de los mismos”, argumenta.
Por ello, también, salvo que la gravedad del paciente indique lo contrario, los tratamientos del TLP suelen ser domiciliarios y no hospitalarios para interferir lo menos posible en la vida de la persona. Y es que, como añade Rivera, cuando una persona se mueve en su entorno natural los profesionales de salud mental “podemos trabajar mejor con las dificultades que se encuentra en su día a día”.
En cualquier caso, añade el psicólogo, hablamos de tratamientos “muy complejos y que requerirán tiempo” para la estabilización del paciente. Ese tiempo, por su parte, vendrá muy determinado por la predisposición que muestre el paciente hacia su recuperación y por la evolución de cada caso en concreto.
Concluye Jorquera que la evolución de los pacientes con TLP “es variable”: “Se ha descrito una tendencia a la mejoría a lo largo del tiempo de modo que a partir de la cuarta o quinta década de la vida se logra una cierta estabilidad en las relaciones personales y en el funcionamiento laboral”. Rivera, por su parte, reconoce que hoy se dispone de tratamientos eficaces que de completarse pueden predecir un pronóstico “bastante positivo”. Sin embargo, matiza, la complejidad y la elevada duración de los mismos propician “una elevada tasa de abandono, lo que en algunos casos implicaría un pronóstico negativo”.
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