La cirugía de cataratas en pacientes mayores no debe indicarse solo para recobrar la agudeza visual, sino también la funcionalidad de la vista, que se relaciona con la calidad de vida y las actividades diarias del paciente. Eso supone que tras el tratamiento los pacientes tienen que ser capaces de utilizar ordenador y tabletas, conducir, subir por escaleras mecánicas o caminar por terrenos irregulares.
“Los oftalmólogos tenemos que pensar que la cirugía de catarata no tiene que ver con la cirugía de presbicia o la refractiva del cristalino, y que es más una indicación clínica que una indicación refractiva. Al hablar de cirugía de catarata tenemos que tener en cuenta cuál es la funcionalidad cotidiana del paciente, inseparable de la calidad de vida”, sostiene Alfonso Arias, jefe de Servicio de Oftalmología en el Hospital Universitario Fundación Alcorcón.
Durante su intervención en el congreso FacoElche20/20, Arias ha subrayado que hay suficiente evidencia clínica que apunta a una débil correlación entre la agudeza visual y la función visual, proponiendo que antes de indicar la cirugía de catarata en personas de edad avanzada se tengan en cuenta algunas evaluaciones geriátricas. Estas serían las que miden las funciones que ayudan a predecir los riesgos de discapacidad de un paciente mayor, bien de ingresar en residencia, de sufrir caídas o de mortalidad, más allá de su idoneidad para funcionalidades básicas de poder vestirse solo, salir a comprar y ver la pantalla de un teléfono móvil.
“Hay clasificaciones sobre función, capacidad y salud a las que no estamos acostumbrados los oftalmólogos pero nos ayudarían a tomar las mejores decisiones sobre estos pacientes, ya que se publican organigramas sobre estados de salud en función de las estructuras, la participación y la relación con el entorno de las personas mayores”. Así lo advierten los geriatras, porque la discapacidad visual implica otros matices. Por tanto, el umbral apropiado para intervenir a los pacientes de cataratas no sería solo una visión de 0,5 en uno o ambos ojos, como se recomienda ahora en la UE, sino la valoración de su independencia y funcionalidad diarias.
Según este oftalmólogo, hay mucha evidencia científica que responsabiliza a las cataratas de un mayor riesgo de dependencia y de caídas, un sinfín de artículos y metaanálisis que concluyen que los pacientes con visión más pobre aumentan los riesgos de situaciones funcionales difíciles como una fractura de cadera. Hasta el 49% de este tipo de lesiones se produce en mayores con cataratas sin tratar, según un estudio. Otra cifra significativa es la de personas de más de 65 años en lista de espera para operarse, con una tasa media de caídas de 1,2 anual.
El escenario actual en cirugía de cataratas es que el 90,4 de las lentes que se implantan son monofocales, que están diseñadas solo para corregir la visión de lejos, pero tras la intervención es necesario llevar gafas bifocales o progresivas para adaptar la vista a otras distancias “en una edad en que la motilidad ocular o la movilidad del cuello no son las mejores”, señala Arias.
Estos factores también aumentan los riesgos de caídas y fracturas en la vida cotidiana, que es cuando más se utiliza la visión intermedia necesaria para manejar el ordenador o cocinar, “pero no olvidemos que también es muy importante ser capaz de poner el pin para pagar con tarjeta de crédito”. Arias recuerda que la mayoría de las personas mayores realizan el 80% de sus actividades con visión intermedia, y hay que buscar el tipo de lente que facilite las tareas cotidianas propias de un envejecimiento activo. “Para ello existen lentes intraoculares multifocales que son resolutivas, pero no se pueden implantar en todos los casos; otra opción válida son las lentes monofocales de última generación, que ofrecen visión lejana e intermedia sin necesidad de gafas para ver precios en un supermercado, caminar por superficies irregulares o realizar trabajos manuales”, recomienda el oftalmólogo.
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