Nepotismos, favoritismos, amiguismos y partidismos han formado y forman parte de la condición humana. En el ocio y en el negocio. Más se confía en un amigo o en un pariente que en un extraño, por afinidades genéticas, por temor a lo desconocido y por inercia evolutiva, que tiende a protegerse las espaldas de invasores y competidores. Un presidente de Gobierno elige a correligionarios o amigos de sus amigos para formar su consejo de ministros y el dueño de un restaurante contrata a camareros a poder ser recomendados que no le vacíen la caja al menor descuido.
La experiencia laboral enseña que, por muy aderezado que esté de idiomas, carreras, cursos y estancias foráneas, un curriculum debe acompañarse muchas veces de un contacto, eufemismo del popular enchufe, si quiere abrirse paso triunfal en las convocatorias de empleo.
Este mecanismo resulta natural en una empresa familiar o un negocio privado en el que se recurre a compañeros de promoción o de máster cuando no se quiere o no se dispone de recursos para organizar una selección de personal en la que se reclute a los mejor preparados. Cuando la empresa adquiere un tamaño aceptable, acudir a cazatalentos o compañías especializadas es lo más habitual. Es antinatural, en cambio, en el ámbito público, en el que se manejan recursos colectivos y en el que debe primar la igualdad de oportunidades en el acceso a un empleo, sea de bombero municipal o de inspector de Hacienda.
Ante la vista gorda que se ha ido haciendo en algunos sectores, como el universitario y el sanitario, la nueva ética y responsabilidad social que parece vislumbrarse tras la avalancha de corrupciones y malversaciones políticas y empresariales, puede ayudar a oxigenar un campo viciado por tribunales amañados, exámenes filtrados y selecciones sesgadas.
No bastarán sin embargo las buenas intenciones teóricas sin unas normas claras y unas sanciones ejemplares que garanticen el juego limpio. En un país tan politizado, en el que el Gobierno de turno elige y nombra por colores y no por méritos en demasiadas áreas profesionales, desde las televisiones a los bedeles, establecer transparencia e higiene ética contribuirá a limpiar el desprestigio que mancha tantas instituciones. Quizá sea inevitable seleccionar por colores en ciertos estamentos, pero otros muchos deben guiarse y regularse por la pericia profesional. Los ciudadanos a los que sirven volverán a confiar en sus políticos y gestores.
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