Que las tasas de suicidio entre médicos son más altas que en población general ya se sabía por estudios realizados en el ámbito internacional (Estados Unidos, Gran Bretaña…). El último, de la Organización Médica Colegial, confirma el fenómeno y le pone datos en España: “El porcentaje es superior en la población médica (promedio de 1,3%) respecto a la población general (promedio de 0,8%). (…) Si disgregamos por sexos, las médicas tienen un porcentaje de suicidio un 7,5% mayor que las mujeres de la población general”. Y por edad, “los suicidios entre los médicos son más numerosos entre los 40 y los 59 años, mientras que entre la población general el mayor porcentaje se da entre 30 y 39 años”.
¿Por qué motivo? Revisando bibliografía aparece una idea mayoritaria: hay riesgos inherentes al ejercicio de la profesión (incertidumbre clínica, estrés, acoso, desgaste…) y dificultades personales para afrontarlos. Los médicos, dedicados a diagnosticar y tratar enfermedades, son, además, malos médicos de sí mismos: objetivan con dificultad sus problemas (de depresión, adicciones y otros) y, por si fuera poco, tienen serias dificultades para solicitar ayuda a sus colegas. De ahí -no nos cansaremos de decirlo- la importancia del Programa del Médico Enfermo (Paime), uno de los grandes hitos de la profesión médica española que, como decía en este mismo espacio hace semanas, tiene aún margen de crecimiento en todo el territorio nacional.
A la elevada responsabilidad, la presión asistencial excesiva, el alto nivel de autoexigencia, los problemas del trabajo en equipo…, que sin duda contribuyen a explicar el fenómeno, hay que sumar los litigios por mala praxis, que tanto sufrimiento causan a pacientes afectados y sus familiares y, por supuesto, a los propios profesionales. Y también influyen, en el plano personal, las rupturas matrimoniales causadas por la dedicación prácticamente total a la profesión -¿cuántas veces han oído ustedes decir a exparejas de colegas: “No estaba nunca en casa y, cuando estaba, siempre estaba leyendo”?-. Están bien los estudios que demuestran que los médicos son tan vulnerables como el resto de los mortales, pero están mejor los planes de administraciones, corporaciones y centros tendentes a protegerlos y cuidarlos. Ningún plan de calidad y seguridad asistencial se aguanta sin tener en cuenta la salud de los sanitarios.
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