A los problemas ya conocidos de pérdida ósea, atrofia muscular y efectos de las radiaciones que pueden sufrir los astronautas, se suma ahora el riesgo de venoestasis que se recoge esta semana en The New England Journal of Medicine y que ya se había publicado en noviembre pasado en JAMA Network. Es un estudio de once miembros de la tripulación de la Estación Espacial Internacional, seis de los cuales presentaron flujo estancado o retrógrado en la vena yugular interna en el día aproximado de vuelo número 50; uno de ellos desarrolló un trombo oclusivo de la vena yugular interna.
Serena Auñón-Chancellor, profesora clínica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Louisiana en Baton Rouge, es la autora principal del artículo del New England. “El hallazgo muestra que el cuerpo humano todavía nos sorprende en el espacio”, señala Auñón-Chancellor, miembro también del Cuerpo de Astronautas de la NASA y especialista en medicina aeroespacial.
En este estudio vascular sobre la fisiología circulatoria se analizó la estructura y la función de la vena yugular interna en los vuelos de larga duración que someten a los astronautas a cambios sostenidos en los fluidos tisulares. Los exámenes ecográficos de las venas yugulares internas se realizaron en horas programadas y en diferentes posiciones durante la misión. Los resultados de la ecografía realizada dos meses después de la misión revelaron una trombosis venosa yugular interna izquierda (coágulo) en un astronauta.
Dado que la NASA no había encontrado antes este problema, se discutió sobre los riesgos desconocidos de que el coágulo se desplace y bloquee un vaso en condiciones de microgravedad. El botiquín de la estación espacial tenía 20 viales de 300 mg de enoxaparina inyectable (anticoagulante similar a la heparina), pero ningún fármaco de reversión de la anticoagulación. Las inyecciones plantearon sus propios desafíos debido a los efectos de la tensión superficial. El astronauta comenzó el tratamiento con enoxaparina en una dosis más alta que se redujo después de 33 días para que durara hasta que llegara el anticoagulante oral apixabán a través de una nave espacial de suministro; también se enviaron agentes anticoagulantes.
Aunque el tamaño del coágulo se redujo progresivamente y el flujo sanguíneo a través del segmento yugular interno afectado pudo inducirse en el día 47, el flujo sanguíneo espontáneo seguía ausente después de 90 días de tratamiento anticoagulante. El astronauta tomó apixabán hasta cuatro días antes del regreso a la Tierra. Al aterrizar, una ecografía mostró que el coágulo se había retraído contra las paredes de los vasos sin necesidad de más anticoagulación. Estuvo presente durante 24 horas después del aterrizaje y desapareció diez días después. A los seis meses, el astronauta permanecía asintomático. No tenía antecedentes personales o familiares de coágulos y no había experimentado dolores de cabeza o la rubicundez común en condiciones de ingravidez. Los cambios en la organización y el flujo sanguíneo, junto con el riesgo protrombótico, descubiertos en el estudio muestran la necesidad de más investigación.
“La pregunta más importante -según Auñón-Chancellor- es ¿cómo lidiaríamos con este problema en una misión de exploración a Marte? ¿Cómo nos prepararíamos médicamente? Tenemos que dilucidar mejor la formación de coágulos en este entorno y las posibles contramedidas”. La trombosis venosa yugular interna se ha asociado con mayor frecuencia con cáncer, cateterismo venoso central, anticonceptivos orales o hiperestimulación ovárica. Recientemente se ha encontrado en un número creciente de toxicómanos intravenosos que se inyectan drogas directamente en la vena yugular interna. La afección puede tener complicaciones potencialmente mortales, como sepsis sistémica y embolia pulmonar.
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