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Y sin embargo te quiero

“Eres mi vida y muerte, no debía de quererte, y sin embargo, te quiero”.

Es inevitable que me ronde por la cabeza una y otra vez la famosa (y antigua) copla cuando encuentra uno el momento para reflexionar sobre la crítica situación que parece estamos viviendo respecto al futuro de la Atención Primaria en nuestros Sistemas Públicos de Salud, y por ende, de nuestra especialidad, la que adorna el discurso de cualquier político que se precie en cuanto atisba un micrófono en la cercanía (o una urna), la misma que a nuestros compañeros y compañeras de otras especialidades debemos recordar que existe a golpe de envío de la foto de nuestros títulos de Especialistas del Ministerio de Sanidad vía WhatsApp, la mismísima que tres de cada cuatro de nuestros pacientes de potencia (y de acto) creen directamente que no existe, simplemente porque nuestro trabajo se ejerce lejos de la fascinación y el brillo tecnológico de esas inmensas y modernísimas moles que son nuestros hospitales, simplemente porque nos sentamos en una pequeña habitación junto a ellas y ellos, les miramos a la cara y se nos echan a llorar porque han perdido el trabajo, y no les pedimos un bodyTAC, nos limitamos a escucharlos y tratar de consolarlos. ¿Quién necesita una especialidad para eso, verdad?

El desarrollo de la Medicina Familiar y Comunitaria nació en un parto distócico en el que el bebé ni siquiera tenía nombre, y sus papás querían llamarla de una manera y sus mamás de otra. Y cuando empezó a andar, tenía hermanos mayores, resabiados, que se comían toda la comida de la mesa mientras el pequeño cachorro intentaba abrirse hueco a codazos para no morirse de hambre. Hasta que consiguió hacer la suficiente masa crítica como para que todos esos hermanos mayores y los que se habían quedado en las cunetas de un embudo llamado MIR cabronazo con una boca de treinta mil y un agujero de salida de tres mil se lanzaran a la calle a reclamar a la Europa mandona un documento mágico que los metamorfoseara en aptos para el desempeño de los trabajos donde habían aposentados sus reales a golpe de canas y de kilómetros.

Y de esa entente, a parte del engendro de un trío de sociedades científicas donde cada uno encontraba su hueco, la cosa fue creciendo como los niños que nacen con bajo peso y aunque los quieran cebar, llevan su ritmo de desarrollo pero siguen teniendo aspecto de raquíticos, que mejora de cara con las inyecciones de juventud de promoción tras promoción, y las arrugas y los pelos canos y el paso a las clases pasivas de los hermanos mayores.

Y así hasta llegar al panorama actual, treinta años después, con el brioso corcel de la reforma sanitaria centrada en la Atención Primaria convertido en un jamelgo huesudo, los presupuestos a menor gloria de la AP de la mayoría de los Sistemas Públicos rondando el vergonzoso dieciséis por ciento, los hospitales proliferando detrás de cada esquina, y los servicios de urgencias hospitalarios multiplicando por siete la contratación de médicas mientras el resto de países europeos se dan de bofetadas por contratar a las tres mil especialistas de enorme prestigio allende los Pirineos (donde, como decía Bowie, aun parece quedar algo de inteligencia activa) 

Y por aquí, ¿qué?. Pues eso: políticos iluminados organizando caravanas de licenciados y licenciadas en facultades ex-soviéticas o caribeñas que satisfagan esa demanda que parece la única por la que estamos dispuestos a enarbolar las pancartas y atrincherarnos frente a los parlamentos: las sustituciones plenas, que siempre quedará alguna sentencia del Tribunal Supremo que respalde ciertas contrataciones vergonzosas. Y como novedad reciente, la chulería de algunos responsables políticos de quitarse las caretas, y hacerlo sin vergüenza y con el guiño cómplice sindical porque al fin y al cabo a todos nos gusta poner el grito en el cielo casi tanto como marcharnos en agosto a Marbella a desestresarnos de la presión asistencial del día a día.

En fin, que las políticas de parcheado y calafateado de los últimos treinta años que ahora parecen ofendernos tanto llevan bastantes secretos vergonzosos detrás como para sacarnos a todos los colores, por mucho que gritemos y por llamativo que sea el desgarro de nuestras vestiduras. 

Y que ahora que cada vez veo más cerca en mi horizonte los viajes del IMSERSO, al tiempo que cabalga galopante la presbicia, se me clarifica cada vez más un futuro del perro intentando morderse la cola, rezando cada noche por que algún o alguna política encuentre en su interior el valor de querer de una vez por todas cambiar las cosas. Mucho valor me parece. 

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