El equipo de investigación de Inmaculada Failde, catedrática de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Cádiz y directora del Observatorio del dolor, ha llevado a cabo un estudio sin precedentes para conocer si en España ha cambiado la idea tradicional de que los opiáceos son fármacos asociados con la enfermedad terminal y la muerte. “Nos parecía interesante saber si estamos siguiendo la línea observada en otros países, donde el consumo inadecuado de estos fármacos está siendo motivo de preocupación sanitaria y social”, han manifestado Inmaculada Failde y Helena de Sola, investigadora primera firmante del artículo, a Diario Médico.
Publicado en Journal of Pain and Symptom Management, el objetivo fue determinar las creencias, opiniones y actitudes de la población general española hacia el uso de opiáceos en el tratamiento del dolor crónico, además de identificar grupos de personas de acuerdo a su punto de vista respecto a estos fármacos.
Creencias, opiones y actitudes sobre el uso de opiáceos
Para abordar este proyecto, diseñaron un estudio a partir de una muestra representativa de la población nacional. Se realizaron 1.299 entrevistas a través una encuesta telefónica asistida por ordenador, donde se abordaban distintos temas. Concretamente, se le preguntaba al entrevistado sobre sus creencias hacia los opiáceos; el conocimiento y el nivel de contacto que había tenido con estos tratamientos; se exploraban los miedos y opiniones relacionados con estos tratamientos; así como sobre su actitud hacia estos fármacos en el caso de que el médico se lo prescribiera.
“Uno de los resultados a destacar es que la población no conocía qué eran los opioides cuando se les preguntaba sobre ellos. Sin embargo, cuando se les preguntaba específicamente por algún opioide, el 64,9 por ciento identificaba a la morfina como uno de ellos, seguido del tramadol (14.2 por ciento) y la oxicodona (11.3 por ciento). Otros fármacos como el fentanilo (6 por ciento), la buprenorfina (5.7 por ciento) o el tapentadol (5.5 por ciento) eran menos conocidos”, revelan Failde y de Sola.
La población no conoce qué son los opiodes. No obstante, el 64,9 por ciento identificó la morfina como uno de ellos, y el 14,2 el tramadol
Solo el 3,8 por ciento de los encuestados declaró estar tomando algún opiáceo en el momento del estudio. Lo que más preocupación generó a los entrevistados fueron los efectos secundarios asociados a los opiáceos, como las náuseas o la falta de control del dolor, quedando en un segundo plano el temor a la adicción o la tolerancia.
Tres grupos respecoto al uso de opiáceos
En relación a los perfiles identificados, se observaron tres grupos con diferentes percepciones respecto al uso de opioides, marcados en gran medida por el nivel educativo, la edad y el contacto previo con estos fármacos. “Se identificó un grupo con un punto de vista positivo hacia estos tratamientos, que estaba formado por personas de edad avanzada con menos temor a los opiáceos probablemente debido a que asumen el dolor y el tomar medicamentos como parte de su proceso de envejecimiento”, han explicado los autores.
Otro grupo formado por sujetos con un punto de vista más moderado, los encuestados más jóvenes en su mayoría con educación universitaria, se mostraban mucho más críticos con los opiáceos, relacionando su consumo con mayor riesgo de adicción; y por último, un grupo de individuos formado por personas con un nivel educativo más bajo tenían una percepción negativa y seguían manteniendo la idea más tradicional sobre estos fármacos.
Personalizar la información sobre opiáceos
Según la catedrática, “este estudio muestra una situación que representa bien lo que ocurre en nuestro país y que concuerda con la percepción que se tiene en el ámbito clínico sobre este tema”. Además, estos resultados ponen de manifiesto que es necesario tener en cuenta los perfiles de los pacientes a la hora de recomendar un tratamiento analgésico con opioides.
El estudio muestra que hay que tener en cuenta el perfil del paciente al prescribir un opiaceo
De manera que, la información facilitada debe personalizarse para adecuarse a las características del paciente, incidiendo en los posibles beneficios del tratamiento en los grupos con una visión más negativa y moderada sobre los fármacos, y sobre los riesgos y efectos adversos en el grupo con una visión más positiva. “Esto creemos que puede contribuir a mejorar el manejo clínico de los opioides y promover su uso correcto en los pacientes”, ha dicho de Sola.
Siguiendo en esta línea, actualmente, estos investigadores están realizando un estudio para conocer cuál es la experiencia de pacientes que tienen dolor crónico y toman opioides, con el propósito de conocer el impacto de estos medicamentos en la vida diaria de estas personas.
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